viernes, 3 de abril de 2009

EL PROGRAMA DEL REINO EN LA EDAD PRESENTE

Vimos que Dios continúa el desarrollo del programa del reino teocrático en el estudio de las parábolas de Mateo 13. Se desconocía enteramente en el Antiguo Testamento que un gran intervalo de tiempo transcurriría entre la oferta del reino por el Mesías en su primera venida a la tierra y la aceptación de esa oferta. Las parábolas de Mateo 13 revelan todo el curso del desarrollo deí reino teocrático desde el tiempo cuando Israel rechazó al Rey, durante su primer advenimiento, hasta el tiempo cuando lo aceptará como Mesías, en su segundo advenimiento. Al comentar sobre ¿tteos 19; 11-27, .

Jesús pronunció esta parábola porque "ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente". Erí su respuesta no hay indicación alguna... rilas nociones modernas son correctas, de que los judíos estaban equivocados en la idea que tenían del reino, ni de que, el reino ya había llegado y se había establecido. Si esto hubiera sido así, entonces la respuesta del Señor hubiera estado cruelmente fuera de lugar; pero cuando se tiene en cuenta la concepción adecuada del reino, la parábola lo expresa muy consecuente y enérgicamente. Porque no hay (ni podía haber) ninguna declaración de que estaban equivocados al creer que el reino que ellos esperaban, el mesiánico, era todavía futuro. Ellos sólo estaban equivocados en la opinión, cuidadosamente anunciada, de "que el Reino de Dios se manifestaría inmediatamente".

La parábola, pues, se pronuncia para corregir esta creencia en el establecimiento inmediato del reino, para indicar que se establecería después que un período indefinido de tiempo haya transcurrido, puesto que El se representa a Sí mismo cernió un hombre noble que, teniendo derecho al reino, "se fue a un país lejano, para recito" (para que se le confirmara el título) "un reino y volver". Du¬rante su ausencia sus siervos estarían ocupados "entre tanto que vengo". Luego, después de un intervalo de tiempo, no dentadamente declarado, llegado el momen¬to para tomar posesión de su reinado, habiendo recibido el reino, El regresa. Luego viene el juicio, y los que lo rechazaron a El (diciendo, "no queremos que éste reine sobre nosotros") son destruidos. Aquí tenemos:
(1) los judíos creían que el reino se manifestaría en ese tiempo;
(2) pero no estaba cerca, por cuanto (a) El tt iría, (b) ellos habían rehusado el reino que El les había ofrecido, (c) sin embargo, los que se dedicaran a El debían estar "ocupados" hasta que El regresara, (d) durante su ausencia no habría ningún reino, pues se fue a recibir el poder para rekittr,
(3) Bl regresaría y luego manifestaría el poder que habría recibido ... en el estableci¬miento de su Reino. De esa manera tenemos la ausencia, y luego "la aparición y el reino" de Cristo.

La relación del reino teocrático con esta presente era puede verse en la re¬lación del pueblo del reino teocrático, Israel, con el presente programa. Esto se reseña en Romanos 11. Pablo hace ciertas declaraciones allí al reseñar el trato de Dios para Israel. Dios no ha desechado a Israel (versículos 1,2), puesto que ha mantenido un remanente para Sí (3-4) y hay un remanente continuo de acuerdo con la elección de su gracia (5). El Israel nacional se ha endurecido, judicialmente (7), endurecimiento que fue predicho en el Anti¬guo Testamento (8-10). Por causa de este endurecimiento de Israel, Dios instituyó un programa con los gentiles (11-12), según el cual, después que las ramas naturales fueron quitadas del lugar de bendición (13-16), las ramas silvestres, esto es, los gentiles, han sido injertados en el lugar de bendición (17-24). Sin embargo, después que la plenitud de los gentiles se haya cumpli¬do, esto es, después de la culminación del programa de Dios para los gentiles, El llevará nuevamente a Israel al lugar de bendición (25-29) y traerá salvación a la nación (26), por cuanto ese fue su pacto irrevocable (27-29). Esta salva¬ción (26) es la que le fue prometida a Israel en el Antiguo Testamento, que había de realizarse cuando el Mesías instituyera el reinado milenario. Por lo tanto, Pablo nos está indicando que después que el Mesías rechazó a Israel, debido a que Israel rechazó el reino ofrecido, Dios llamó a los gentiles al lugar de bendición, programa que continuará durante esta presente era. Cuando haya terminado ese programa, Dios inaugurará el reino teocrático, con el regreso del Mesías, y cumplirá todas las bendiciones pactadas. Así, a través del Nuevo Testamento, el reino no se predica como si estuviera ya establecido, sino que aún se espera. En Hechos 1:6, el Señor no reprendió a los discípulos porque su expectativa de un reino aún futuro era un error, sino sólo declaró que el tiempo de ese reino, aunque futuro, no se les daría a conocer.
Hay muchos que sostienen que el programa del reino teocrático fue ofre¬cido a Israel después de la institución de la Iglesia en Pentecostés, y de la inauguración de la era de la gracia. Scofield dice al comentar sobre Hechos 3:19-21:

El llamamiento aquí es nacional y se dirige al pueblo judío como tal, y no al individuo como en el primer sermón de Pedro (Hch. 2:38, 39). En aquella ocasión a los que se sintieron compungidos de corazón se les exhortó a salvarse de (entre) la nación maligna y pecadora; aquí, la exhortación se dirige a todo el pueblo, y la promesa para el arrepentimiento nacional es liberación nacional: "Y enviará a Jesu¬cristo" para traer los tiempos predichos por los profetas ... La respuesta oficial a este mensaje fue que los líderes del pueblo pusieron en prisión a los apóstoles y les prohibieron seguir predicando. De este modo se cumplió lo dicho en Le. 19:14.

Pettingill dice: "¿Dio Cristo otra oportunidad a la nación judía en los pri¬meros capítulos de los Hechos para establecer el Reino? Sí. La oferta se encuentra en Hechos 3:17-21 ".3
Aun cuando este punto de vista es compartido por muchos excelentes estudiantes de la Palabra, parece haber razones para aferrarse al punto de vista de que, después que Israel rechazó a Cristo, no había ni podía haber una nueva oferta del reino hasta que el Evangelio del reino sea predicado, antes de la segunda venida. (1) Todas las señales mencionadas por Cristo en Mateo 24 y Lucas 21, que habían de preceder al establecimiento del reino, no se habían cumplido, lo cual impedía una nueva oferta del reino en los Hechos. (2) Pedro estableció el principio divino de que Cristo no podía restituir el reino entonces, por cuanto dice de El: "A quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas" (Hch. 3:21). Esta era, con su programa, transcurriría durante su ausencia. (3) La institución de la Iglesia el día de Pentecostés, con todo lo que ese programa abarcaba, excluía cualquiera oferta del reino en ese tiempo. (4) El nuevo mandato de Cristo, "Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra" (Hch. 1:8), no coincide con el Evangelio del reino que debe preceder a la institución del reino. (5) Nin¬guna oferta del reino se podría hacer legítimamente aparte de la presencia del Rey. Por cuanto, en su ascensión, El había comenzado una obra a favor de la Iglesia, la cual El tiene que continuar hasta la terminación de ese pro¬grama, el reino, que necesitaba su presencia, no podía ofrecerse. (6) El bautismo ordenado por Pedro (Hch. 2:38) no podía relacionarse con la ofer¬ta del reino, como otro ejemplo del bautismo de Juan, ya que este bautismo es "en el nombre de Jesucristo". Esto tiene que ver con la nueva era, no con la antigua.

Algunos han insistido en que Pedro ofrece de nuevo el reino a Israel en el capítulo dos de los Hechos, ya que él cita el pasaje de Joel, que promete la plenitud del Espíritu en la era milenaria. Sin embargo, parece mejor enten¬der que Pedro no está diciendo que la experiencia que tienen ante ellos es el cumplimiento de la profecía de Joel, para que ellos se consideren en el reino, sino que más bien, Pedro está citando la profecía de Joel para verificar el hecho, que Israel conocía por sus Escrituras, de que tal experiencia de la plenitud del Espíritu era posible. El climax de la cita de Joel está en las palabras "todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (Hch. 2:21). Esta es la salvación que Pedro está proclamando mediante el Cristo resucitado. Por cuanto "Jesús, a quien vosotros crucificasteis" ha sido hecho "Señor y Cristo" (/fc/z.2:36), Pedro los llama para que se arrepientan y sean bautizados.

nación de Israel. En base a esto, Pedro hace la invitación en este caso. La predicación de Pedro no constituye una nueva oferta del reino, pero sí recal¬ca la responsabilidad de la nación de cambiar su parecer en relación con Cris¬to, a quien ellos habían crucificado. Ironside agrega:
... si Israel se volviera al Señor, se apresuraría el tiempo en que el Señor Jesús vendría otra vez con el refrigerio para todo el mundo. Eso es aún verdad. La ben¬dición final de este pobre mundo está envuelta en el arrepentimiento de Israel. Cuando el pueblo de Israel se arrepienta y se vuelva a Dios, ellos llegarán a ser el medio de bendición a toda la tierra.5
De esa manera Pedro les llama para que hagan individualmente lo que a la nación siempre se le exigió hacer antes de recibir bendición en cualquier forma: volverse a Dios.
Durante esta presente era, pues, mientras el Rey esté ausente, el reino teocrático está en suspenso en el sentido de su establecimiento efectivo en la tierra. Sin embargo, permanece como el propósito determinante de Dios. Pablo declaró este propósito cuando estaba "predicando el reino de Dios" (Hch. 20:25). Los creyentes han sido introducidos "al reino de su amado Hijo" (Col. 1:13) mediante el nuevo nacimiento. A los incrédulos se les advierte que no tendrán parte en ese reino (1 Co. 6:9-10; Gá. 5:21;£/ 5:5). Se considera que otros laboraron con Pablo "en el reino de Dios" (Col 4:11). A los creyentes se les ordfenó sufrir "para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios" (2 Ts. 1:5)J Pablo tenía la esperanza de ser preservado "para su reino celestial" (2 TÍ 4:18). Estas referencias, sin duda, están relacionadas con el reino eterno e indican la parte del creyente en ese reino. No podemos hacer que estas referencias respalden la teoría de que la iglesia es ese reino terrenal en que se cumplen todas las profecías de la Palabra.

I. LA NUEVA OFERTA DEL REINO TEOCRÁTICO A ISRAEL

El "evangelio del reino" tal como fue anunciado por Juan (Mt. 3:3), por los discípulos que fueron comisionados especialmente (Mt. 10:7), por los setenta (Le. 10:9), y por el Señor (Mt. 4:17) proclamó las buenas nuevas de que el reino prometido se había "acercado". El Señor indica que estas mis¬mas buenas nuevas serán anunciadas otra vez. "Y será predicado este evan¬gelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones" (Mt. 24:14). Aunque las nuevas en el primer advenimiento fueron limitadas a Israel, antes del segundo advenimiento serán anunciadas no sólo a Israel sino al mundo entero. Esta predicación por medio del remanente creyente durante el período de la tribulación (Ap. 7), así como mediante los dos tes¬tigos (Ap. 11) y Elias (Mt. 17:11), marca el principio del paso final en la realización del programa del reino teocrático.

LA INSTITUCIÓN DEL REINO TEOCRÁTICO EN LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

LA INSTITUCIÓN DEL REINO TEOCRÁTICO EN LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

El anuncio angélico proclama el establecimiento del reino teocrático con las palabras:

Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado (Ap. 11:15-17).

Otro ángel, que tiene "el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo" (Ap. 14:6), dice:

Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad \ a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Ap. 14:7).

El "evangelio eterno" es el anuncio de que el eterno propósito de Dios se ^stá cumpliendo. El evangelio eterno es sustancialmente el mismo evangelio del reino. Son las buenas nuevas de que el rey se ha acercado para establecer el reino que era el eterno propósito de Dios. Kelly, hablando del evangelio eterno, dice:

Es llamado por Mateo el "evangelio del reino". El "evangelio del reino" y "el evangelio eterno" son sustancialmente semejantes. En el Apocalipsis se lo llama así, porque siempre fue propósito de Dios, mediante la simiente herida de la mujer, aplastar al enemigo, y bendecir al hombre mismo aquí abajo. Mateo, de acuerdo con su plan, prefiere llamarlo el "evangelio del reino", porque Cristo va a ser el Rey de un reino preparado desde la fundación del mundo.6

El mundo se someterá a la autoridad del rey y le dará culto a Dios. La ora­ción no pronunciada del legítimo Rey habrá sido ofrecida y contestada (Sal. 2:8) y se le dará dominio al que posee la tierra en el nombre de Dios.

Puede darse un número de razones para explicar por qué este reino teocrá­tico es una absoluta necesidad. (1) Es necesario para poder preservar la inte­gridad del carácter de Dios. Peters escribe:

Si tal reino teocrático, como el que Dios mismo instituyó, no es permanente y gloriosamente restablecido aquí en la tierra, se deduce que los esfuerzos de Dios para el establecimiento del gobierno, y el interés que El manifiesta en ese reino, son, infructuosos, no tienen resultados perdurables. O, en otras palabras, su propio Rei­no ha resultado ser un fracaso ... El honor, la majestad, etc., de Dios, están inme­diatamente interesados en su restauración, o de lo contrario se diría que el Todo­poderoso emprendió una obra que, debido al hombre, no pudo cumplir.

(2) Es necesario para cumplir el propósito de Dios de demostrar su perfec­to gobierno sobre la tierra.

Esta será una teocracia de hecho y en verdad, porque en este reino reorganizado encontramos la idea teocrática -la idea que Dios tiene del gobierno perfecto-completamente consumada. El Gobierno residirá segura y poderosamente en una Persona, quien en Sí misma une lo humano con lo Divino, que llega a ser, de acuer­do con "el pacto eterno" y "las misericordias firmes a David" (Is. 55:3,4, versión de Alejandro), "el Jefe y Comandante de las naciones"

(1) Es necesario para restaurar la armonía original entre Dios y su crea­ción, entre lo sobrenatural y lo natural.

(2)

El reino había sido designado para restaurar y manifestar la concordia original que una vez existió entre lo natural y lo sobrenatural. Cuando la Biblia cierra el reino ha vuelto a esa concordancia. El reino no se puede producir sin lo sobre­natural, porque requiere, como se ha predicho, un Rey sobrenatural, que haya sido provisto de una manera sobrenatural y gobernantes que hayan experimentado un poder transformador sobrenatural. Aun en su concepción y medidas preparatorias, así como en su manifestación final, esta indisolublemente ligado a lo divino ... No es posible que el reino y lo sobrenatural puedan separarse . . . Cuando Jesús, que es de origen sobrenatural, venga por segunda vez para salvación, ejercerá su poder sobrenatural a favor de este reino de la manera más asombrosa.

(4) Es necesario para poder redimir la tierra de la maldición que le ha sido impuesta.

Los profetas proclaman a una voz que este reino ha de establecerse de manera que el hombre pueda encontrar en él liberación completa y perfecta del pecado y del mal. El reino ha de establecerse, para que el hombre y la naturaleza puedan ser felizmente rescatados de la maldición impuesta por causa del pecado bajo el cual ambos laboran y gimen.

(5) Es necesario para poder cumplir todos los pactos eternos que Dios ha hecho con Israel. Aparte del reino teocrático terrenal no habrá ningún cum­plimiento del pacto que Dios le hizo a Abraham, mediante el cual le prome­tió a Israel la posesión de la tierra, perpetuidad como nación, y las bendicio­nes universales mediante esa nación. Aparte del reino, el pacto davídico no podría cumplirse, el cual había prometido a Israel un Rey del linaje de Da­vid, un trono o asiento reconocido de autoridad desde el cual ese Rey gober­naría, y un pueblo o reino sobre el cual el Rey reinaría. Aparte de ese reino el pacto palestino, que prometió a Israel la posesión de la tierra, y bendicio­nes en la posesión de ella, no se cumpliría. Aparte de ese reino teocrático, el nuevo pacto, que prometió a Israel la conversión, un nuevo corazón, y la plenitud de las bendiciones de Dios, no se cumpliría.

(6) Es necesario para poder proveerle una prueba final a la humanidad caída. El hombre será puesto bajo las más ideales circunstancias. Se le quita­rá toda fuente externa de tentación, Satanás será atado, y toda necesidad será suplida, de manera que nada haya que codiciar; se demostrará por medio de los que nazcan en el milenio con naturaleza caída, pecaminosa, que el hombre está corrompido y que es digno de juicio. A pesar de la presencia visible del Rey y de todas las bendiciones que emanan de El, los hombres probarán, mediante la rebelión al final del milenio (Ap. 20:7-9), que su corazón está corrompido.

(7) Es necesario para poner completamente de manifiesto la gloria de Cristo en el reino sobre el cual El gobernará.

En todos los aspectos en que contemplamos el asunto, parece conveniente y necesario que se cumpla esa teocracia como fue predicha. Además de las razones aducidas, derivadas de los pactos, la fidelidad de Dios, la redención de la tierra, etc., parece eminentemente adecuado que el teatro de la humillación, sufrimientos y muerte del Rey Jesús sea también testigo de su exaltación y gloria. La Biblia, además de los argumentos que nos presenta, señala al tiempo venidero en que Cristo será abierta y visiblemente reconocido como el glorioso, quien, como segundo Adán, habiéndose ofrecido a Sí mismo como Sustituto por amor, será la Cabeza eficaz de la humanidad en su recién comenzado destino; quien, como Redentor, habiéndose ofrecido en expiación a Dios, y habiendo honrado la justicia de Dios, prácticamente manifestará entonces los frutos de la salvación; quien, como Profeta,

Habiendo enseñado la restitución, se presentará entonces como la verdad evidenciada por la obra que se realiza ante El; quien, como Sacerdote, habiendo ofrecido un sacrificio aceptable, presentará ante el mundo el fruto que resulta de ese sacri­ficio; quien, como Rey, en virtud de su unión divina que hoy nos manifiesta por medio de su dirección, ayuda, etc., la manifestará entonces de manera especial y ordenada como Gobernante soberano. En resumen, esta teocracia es la restaura­ción de la morada de Dios con el hombre, Dios será accesible, y Jesús se constituirá en Cabeza infalible, tal como el mundo lo necesita, tal como el hombre lo ha anhe­lado durante siglos, y será tal que colocará al Hijo de David en honor y gloria sobre el mundo donde El sufrió y murió. El trato que se le dio, y la breve estada del Hijo de Dios e Hijo de David en esta tierra aseguran, su regreso triunfante, y la permanencia en el poder sobre los hombres que El salvará, con lo cual se verificará su nombre "Emanuel", Dios con nosotros, en el sentido teocrático.11

viernes, 27 de junio de 2008

ATAQUE AL DISPENSACIONALISMO


Una de las objeciones más citadas en contra del dispensacionalismo es que es una enseñanza emanada en 1830 de las visiones de una joven escocesa de quince años llamada Margarita Macdonald o del libro "La venida del Mesías en gloria y majestad" (1790) escrito por el jesuita chileno Manuel Lacunza.

Ha quedado demostrado que una de las cosas que permitieron gobernar al partido nazi en Alemania fue la propaganda teledirigida, conocida como "la gran mentira". Esta se basaba en que, repitiendo un considerable número de veces una mentira, las personas terminaban creyendo en ella.

Pues bien, esto es lo que ha ocurrido en algunos que, conocedores de este tipo de artimañas, han expandido semejante mentira. Desde los años 1950 hasta el 2000, tanto John L. Bray como Dave MacPherson o Robert Van Kampen y Marvin Rosenthal, entre otros, repetían una y otra vez, incansable e incesantemente, las mismas erróneas premisas con el resultado final de muchos engañados, creedores de lo que escuchaban y leían acerca de los orígenes del dispensacionalismo.

En realidad, y en honor a la verdad, el único criterio válido para decidir si algo es verdad o no, es la Biblia, y no la Historia. Todo argumento debe ser puesto bajo la luz de la Palabra de Dios, y no de la tradición histórica. El uso de la Historia como argumento para convalidar o no una enseñanza conduce a todo tipo de extravíos: basta con leer las obras de los "Padres" de la iglesia para comprobar que la tan loada "fe histórica", no es otra cosa que un montón de males y errores juntos. ¿Quién podría, por ejemplo, defender, la "regeneración bautismal" enseñada en los primeros siglos, sólo por formar parte de la "fe histórica"? ¿Es una "innovación" acaso, haber redescubierto 1500 años después la verdad de "la justificación por la fe sola"? Así, siempre es la Palabra la que juzga a la historia y no esta última a la Palabra. No obstante eso, daremos unas breves aclaraciones sobre las acusaciones de que el dispensacionalismo es algo nuevo en la historia.

La verdad de la historia es irreducible e incólume ante las falsedades, a pesar de que estas vengan en andanadas.

Como escribió Larry Crutchfield: "aunque toscas, son claras las evidencias de edades y dispensaciones encontradas entre los padres ante-nicenos: Justino Mártir (110-165), Ireneo (130-200), Tertuliano (160-220), Metodio (-311) y Victorio de Pau (-304)".

Uno de los escritos más antiguos de la iglesia primitiva es el conocido "Pastor de Hermas" en el cual se habla del pretribulacional y dispensacional concepto de "escapar" de la gran tribulación: "Tú has escapado de la gran tribulación por causa de tu fe. Ve, por lo tanto, y habla a los elegidos acerca de los poderosos hechos del Señor y diles a ellos que esta bestia es un tipo de la gran tribulación que está por venir. Si ellos se preparan y se arrepienten de corazón, y se vuelven al Señor, es posible escapar" (Hermas 2[23]:4).

Otro de los escritos antiguos, de principio de la era medieval (siglo V o VI), es el titulado "Sermón de los Últimos Días, el Anticristo y El final del Mundo" atribuido a un denominado Seudo Efrén, donde podemos leer: "Todos los santos y elegidos de Dios son recogidos antes de la tribulación que está por venir y son tomados al Señor no sea que vean la confusión que está para anonadar al mundo a causa de su pecado".

Durante el largo período de tinieblas escriturales a causa de la férrea presión ejercida por la iglesia de Roma, muy pocos documentos han llegado a nosotros sobre el pensamiento dispensacional de grupos contrarios a las posturas doctrinales de Roma. No hay duda alguna de que el premilenarismo arraigó y fue predicado por grupos como los albigenses, los lombardos y los valdenses, pero dado el encono del poder eclesial en borrarlos de la faz de la Tierra (como así sucedió debido al exterminio y asesinato en masa de la inmensa mayoría de todas estas personas), también siguieron el mismo destino sus escritos, libros y documentos. Han perdurado, sin embargo, las enseñanzas de la comunidad conocida como los Hermanos Apóstoles (fundada por Gerardo Segrilli por el año 1200), atribuidas a fray Dolcino, uno de sus principales líderes. El enseñaba que el anticristo vendría a este mundo y antes que viniese él (Dolcino) y sus seguidores: "serían llevados al paraíso, donde estaban Enoc y Elías. Y de esta forma ellos serían preservados ilesos de la persecución del anticristo."

Una vez llegada la Reforma, y con ella el estudio de la Biblia y el reencuentro con las verdades bíblicas, vemos a más autores que entienden
y enseñan el concepto dispensacionalista del arrebatamiento.

Peter Jurieu en su libro "Mostrando la Iglesia Salvada" (1687) enseña que Cristo volverá en el aire para arrebatar a los santos y volver a los cielos antes de la batalla de Armagedón.

Joseph Mede, el considerado padre del premilenarismo inglés, escribía en su obra "Clave Apocalíptica" (1627), acerca de la separación entre el arrebatamiento y la segunda venida de Cristo.

John Asgill (1700), hablaba de la posibilidad de la traslación sin ver la muerte.

Tanto Philip Doddridge (1738) como John Gill (1748), en sus comentarios del Nuevo Testamento usan el mismo término: "arrebatamiento" y hablan de él como "inminente". Es claro que ambos creían que esta venida precede al descenso de Cristo en el tiempo del juicio a las naciones.

Morgan Edwards (1744), fundador del Ivey League School, Brown University, hablaba de la resurrección de los santos tres años y medio antes de la aparición de Cristo diciendo: "Los santos muertos serán resucitados y los que estén vivos, cambiados en la aparición de Cristo en el aire, y estos será cerca de tres años y medio antes del milenio. Ellos ascenderán al paraíso, a una de las mansiones en la casa del Padre, y desaparecerán durante el citado periodo de tiempo."

Isaac Watts, el famoso teólogo y compositor de himnos, escribía en 1752 sobre "la armonía de todas las religiones en las que Dios prescribió al hombre y todas sus dispensaciones para él".

James Macknight (1763) y Thomas Scout (1792), enseñan que los justos serán llevados a los cielos donde estarán seguros hasta que el tiempo del juicio acabe.

Resulta, pues, evidente que la burda referencia que los detractores del dispensacionalismo hacen hacia Margarita Macdonald o Manuel Lacunza no es más que el encendido encono de debilitar la enseñanza dispensacional a lo largo de la historia de la Iglesia, ampliada, sistematizada y difundida por John Nelson Darby y los, así llamados, "Hermanos de Plymouth".

Y es que resulta tan descalificadora contra quienes pretenden tal confusión que, ignorando voluntariamente la terca verdad de la historia,
ocultan que:

Manuel Lacunza basó su obra en tres premisas fundamentales: Primera, en la apostasía a la que llegaría la iglesia cristiana que, tras haber reemplazado al pueblo de Israel, ocupa el lugar de éste en los planes de Dios, cayendo en el futuro hasta hacerse parte con el anticristo y tratar de anular la obra de Cristo. Segundo, tras la apostasía de la iglesia mundial vendría la conversión del pueblo de Israel y la restauración de su pacto con Dios. Tercero, Cristo vendrá por segunda vez y resucitará a los muertos reinando por mil años con los santos resucitados, los gentiles e Israel, hasta el juicio final. Como puede observarse, los postulados de Manuel Lacunza (quien usó el seudónimo de Josafat Ben-Ezra para poder publicar su libro en Cádiz, en 1812, el mismo año de la primera constitución española), se parecen a los de J. N. Darby lo mismo que el día a la noche, con la única excepción de la apostasía de la iglesia cristiana (que no la de Cristo).

En cuanto a Margarita Macdonald, la supuesta visión que tuvo fue en base a la "violenta prueba que vendrá para probarnos", en clara alusión a que la Iglesia será purgada por el anticristo y, por lo tanto, pasará por la gran tribulación. Resulta concluyente que el mismo John L. Bray (antidispensacionalista declarado), dijese de ella que "tan solo hablaba de la venida del Señor", después de haber pagado de su bolsillo dinero por dicho sostenido que el dispensacionalismo había nacido con las supuestas revelaciones de Margarita Macdonald y haber retado a quien pudiese demostrar dispensacionalismo alguno antes de ella.

Resulta relevante las citas de reconocidos y respetados autores cristianos, no dispensacionalistas, que reconocieron públicamente la incuestionable realidad de la obra llevada a cabo por J. N. Darby.

George E. Ladd, dijo: "Creo que este desarrollo de Darby fue la culminación de varias influencias producidas dentro de sus propias enseñanzas de la más literal interpretación de las revelaciones bíblicas distinguiendo entre los planes de Dios para Israel y los planes de Dios para la Iglesia."

Ernesto R. Sandeen, declaró "Jamás Irving ni ningún miembro del grupo Albury defendió la doctrina del arrebatamiento". Todo sincero historiador reconoce que la visión de Irving y los suyos era una visión historicista o preterista, mientras que la de J. N. Darby y los Hermanos de Plymouth tenían una visión futurista. De hecho, el mejor punto de la escatología Irvingista fue que Babilonia (el falso cristianismo), sería destruida con la segunda venida del Señor. Es decir: historicismo clásico. El también enseñaba que el arrebatamiento de la Iglesia estaba unido con la segunda venida física del Señor.

El historiador Timothy P. Webers, dijo "No estoy totalmente convencido de que la doctrina (de J. N. Darby), estuviese contenida en las visiones de Margarita Macdonald. Debemos asentir que son del propio Darby. Él desarrolló esta doctrina desde las páginas de la Escritura, una vez que hubo aceptado y mantenido la distinción entre Israel y la Iglesia."

El ya citado John L. Bray, comentando las conclusiones a las que Dave MacPherson había llegado, concluye: "Él (J. N. Darby), ya tenía su nueva visión del Señor viniendo POR sus santos (en contraste con la posterior venida a la Tierra), la cual había creído desde 1827. Me resulta imposible creer que Darby obtuvo su enseñanza sobre el arrebatamiento pretribulacional de la visión de Margarita Macdonald en 1830. Él ya creía en ella desde 1827".

F.F. Bruce, quien a pesar de ser pretribulacionista y perteneciente a los Hermanos, no estaba de acuerdo con las conclusiones de J. N. Darby, dijo lo siguiente: "¿Dónde la obtuvo Darby (su postura dispensacionalista)? Entre los años 1820 y 1830", para, posteriormente, añadir: "La dependencia directa con Margarita Macdonald es inverosímil."

Mucho más podría decirse sobre los infundados ataques contra el dispensacionalismo, pero lo anteriormente expuesto debe bastar como botón de muestra ante tan nefasta y antibíblica actitud de todo aquel que fielmente anhele servir al Señor. Claras e inmutables son las inspiradas palabras de Lucas, cuando narrando la visita del apóstol Pablo a Berea dice: "Recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así" (Hechos 17:11).

El Amileniarismo y su Doctrina

Parte III: El Amileniarismo

Alberto Roldán

El retomo de Cristo será precedido por ciertos signos: predicación del evangelio a todas las naciones, conversión de la plenitud de Israel, gran apostasía, gran Tribulación...

El Amilenarismo (A) es la corriente teológica que, a partir de una interpretación simbólica de Ap. 20.1-6, sostiene que el Milenio no es un período definido que ocurrirá en el futuro sino que es una expresión referida a la era iniciada con la obra de Cristo y que se extenderá hasta Su Segunda Venida en gloria.

El A también dice que la Segunda Venida, la que en su opinión será un solo evento escatológico, dará lugar en forma inmediata al juicio final y al estado eterno. Esta postura teológica no ve base bíblica suficiente para esperar ni un Milenio literal futuro ni un mejoramiento moral del mundo o una conversión del mismo antes de la Parusía.

David Bruce, en su artículo Formas de acercamiento a la profecía bíblica (Approaches to biblical prophecy), dice que varios Padres de la Iglesia habrían suscripto al punto de vista amilenarista. Policarpo, Bernabé, Clemente y probablemente el documento La Didaché son colocados por David Bruce en su lista de amilenaristas. Pero, sin dudas, el escritor más destacado del A, y de gran influencia en el pensamiento cristiano del siglo IV en adelante, fue el africano Agustín de Hipona, considerado por varios historiadores como la mentalidad más brillante del cristianismo después de San Pablo. Los reformadores también se identificaron, generalmente, con el A Se encuentran algunas referencias de Lutero y Calvino hacia ese sentido. En la actualidad podría asegurarse que el A es la perspectiva teológica a la que suscribe la mayor cantidad de los llamados cristianos en el mundo. Si bien es imposible dar una lista completa de teólogos y exégetas que adhieren a esta posición, a modo ilustrativo pueden mencionarse los siguientes a F.F. Bruce, William Hendriksen, León Morris y John Stott.

ÉNFASIS Y CARACTERÍSTICAS

Los amilenaristas, al menos varios de ellos, han objetado el término Amilenarismo por considerarlo insatisfactorio como descriptivo de su posición. Ese término parece sugerir que los adherentes al sistema no creen en absoluto en alguna forma de Milenio, como si ignoraran prácticamente los primeros versículos de Apocalipsis 20. Se ha propuesto reemplazarlo por expresiones tales como "milenarismo realizado " u otros parecidos. De todos modos, el cambio no es tan importante y, de hecho, históricamente a esta escuela se la ha conocido como Amilenarismo.

La primera venida de Cristo representa para el A una "escatología inaugurada". Cristo ha ganado una victoria decisiva sobre el pecado, la muerte y Satanás. Para los A el día más importante de la historia ha ocurrido en la cruz del Calvario.

Existe un único pueblo de Dios, compuesto por judíos y gentiles. En esto, hay total coincidencia con el Premilenarismo histórico.

El reino de Dios es tanto presente como futuro. Los A no creen que el reino de Dios sea primariamente un reino judaico que incluya la restauración literal del trono de David. Ellos creen que el Reino ha sido iniciado por Cristo y está operando en la historia ahora, siendo destinado a revelarse en plenitud en el futuro. Por eso, el Reino es tanto presente como futuro. Presentan textos tales como: Mt. 12.28; Lc. 17.20-21; Mt. 7.21-23; 8.11; 12; Ro. 14.17; 1Co. 4.19-20; Col. 1.13-14; 1 Co.6.9; Gá.5.21; Ef.5.5;2 Ti. 4.18.

Aunque el último día es todavía del futuro, desde el Hecho de Cristo en la cruz ya vivimos en los últimos tiempos. Apelan a los siguientes pasajes:
Hch. 2.16-17; 1 Jn. 2.18; Jn. 6.39-40; 6.44,54; 11.24; 12.48; Ro.8.23; 2Co.5.17; lCo.6.19; Col. 3.9-10.

El retomo de Cristo será precedido por ciertos signos: predicación del evangelio a todas las naciones, conversión de la plenitud de Israel, gran apostasía. Gran Tribulación y venida del Anticristo. Estos signos tendrán un clímax justamente antes de que el Señor retome. Esto será, según el A, un solo evento. No habría en su estudio lugar para dos futuras venidas ni dos etapas de la Segunda Venida.

Después de la resurrección, cuando ocurrirá a la venida del Señor, los creyentes que estén vivos serán inmediatamente transformados y glorificados. Aquí se concretará el arrebatamiento de que habla 1 Tesalonicenses 4.13 y ss. Luego del juicio final que tendrá como propósitos revelar la glorificación de Dios en el destino final asignado a cada persona, y después de saber el grado de castigo que cada uno recibirá, se verificará el comienzo del Estado Final. (Los pasajes bíblicos citados son: Ap. 21,22; Ro. 8.19-22; Is. 65.17; 66.22; ml 5.5; 2 Pe. 3.13). Es allí, en los cielos y tierra nuevos, donde los A ven el cumplimiento de las profecías velero testamentarias que los dispensacionalistas toman como referencias al milenio terrenal. Dice Hoekema: "Los amilenaristas, por lo tanto, no sienten necesidad de poner un milenio terrenal para proveer el cumplimento a profecías de esta clase; ellos ven tales profecías como señalando un glorioso y eterno futuro que espera a todo el pueblo de Dios. (The Meaning...).

La relación entre Israel y la Iglesia

La relación entre Israel y laIglesia en el programa
dispensacionalpor Saúl Gálvez, El Salvador


Israel y la Iglesia son dos pueblos de Dios
distinguibles en la Biblia y tema de estudio
en el sistema dispensacional. Que la Biblia
presenta dos pueblos que son reclamados
como pertenencia de Dios nadie lo discute;
pero como se distinguen y como se
relacionan entre sí es motivo de discusión
en todos los sistemas teológicos. Para el
dispensacionalismo es de suma
importancia estudiar esa correlación, pues
es parte esencial de su distintivo en el
concierto teológico.[1]

En el desarrollo del dispensacionalismo la
interpretación de la relación entre Israel y la
Iglesia ha ido evolucionando a lo largo del
tiempo. Estos cambios han surgido a
medida que se va creciendo en la
comprensión de las Escrituras y se van
actualizando los esquemas teológicos a la
luz de las nuevas conclusiones
bíblico-teológicas.

En el presente escrito se pretende exponer
como se ha interpretado la relación entre
Israel y la Iglesia en el dispensacionalismo.
Para intentar cumplir este objetivo se
presentarán las conclusiones de algunos
personajes representativos de cada fase del
dispensacionalismo, ya sea en el
pre-clásico, en el clásico, en el revisado, y
en el progresivo. Se advierte que no se
pretende ser exhaustivo en el pensamiento
de esas personalidades. Más bien, el
enfoque se dará al pensamiento que
caracteriza a cada fase del
dispensacionalismo, tocante al tema
planteado por supuesto.

Relación entre Israel y la Iglesia en el
dispensacionalismo pre-clásico.

Dentro del premilenarismo, son los
dispensacionalistas primitivos pre-clásicos
los primeros en hacer una marcada
distinción entre Israel y la Iglesia.[2] Tal
distinción se limita a dos aspectos: la
Iglesia es un pueblo distinto de Israel;
Israel y la Iglesia tienen destinos distintos.

Israel como pueblo distinto de la Iglesia

Ryrie dice que aun antes de Darby ya
habían personas que tenían sus propios
esquemas dispensacionales, pero fue
Darby el primer sistematizador del
dispensacionalismo.[3] En esos esquemas
primitivos ya se puede ver una clara
diferencia entre Israel y la Iglesia.[4] Darby
hace una absoluta distinción entre Israel y
la Iglesia como dos pueblos de Dios
terrenal y celestial dualistamente
contrapuestos.[5]

Darby da por sentado la diferencia radical
entre Israel y la Iglesia pero no la desarrolla
claramente, excepto en cuanto al futuro de
esos pueblos.

Israel y la Iglesia dos pueblos de Dios
con distintos destinos

Blaising, precursor del dispensacionalismo
progresivo, haciendo una paráfrasis del
contenido de algunos artículos de Darby,
entre otras cosas relacionadas a la
distinción del destino entre Israel y la
Iglesia, anota: "Cristo reunirá todas las
cosas en sí mismo, incluyendo tanto las
esferas celestiales como las terrenales".[6]
De ahí que:

Con Cristo, la iglesia gobernará la creación
desde los cielos, con la mediación de las
bendiciones de Dios sobre la tierra.Israel y
las naciones tendrán un futuro en un
reino-imperio terrenal. La iglesia y el futuro
de la iglesia, sin embargo, es
completamente diferente del de Israel y los
gentiles. La iglesia es un pueblo celestial
que emerge hoy sobre la tierra, pero ha
sido llamada desde el seno de las entidades
terrenales de Israel y los gentiles, habiendo
llegado a la vida desde la ascensión de
Cristo.Cristo reunirá todas las cosas en sí
mismo. El pueblo celestial participará de su
gloria en los cielos; el pueblo terrenal
recibirá gloria que viene de los cielos; que
brillará sobre él, y participará de esa gloria
desde sobre la tierra.[7]

Evidentemente, la relación entre Israel y la
Iglesia para el dispensacionalismo
pre-clásico se centra en una diferencia
absoluta entre esos dos pueblos de Dios
mayormente en sus destinos. En esta
postura resalta un dualismo y una
discontinuidad en el programa bíblico de
Dios.

La relación entre Israel y la Iglesia en el
dispensacionalismo clásico
En el dispensacionalismo clásico se ha
mantenido la concepción dualista de los
pueblos celestial y terrenal, así como su
destino celestial y terrenal. En ningún
momento ambos grupos compartirán sus
respectivas bendiciones ya que, estarán
separados para siempre.[8] Sin embargo,
pueden verse algunas variantes en el
desarrollo de está postura en la misma fase
clásica.

Kelly dice que debe mantenerse la
distinción entre los dos pueblos sin
mezclarlos, pero que la herencia de la
Iglesia no son los cielos sino Cristo.[9] En
la introducción al libro Dispensationalism,
Israel and the Church se observa que en las
notas de Scofield:

se aseveraba un contraste fundamental
entre la relación de Dios con la iglesia en la
presente dispensación y su relación con
judíos y gentiles en la pasada y futura
dispensación.[10]

Lewis Sperry Chafer lleva este pensamiento
a un dualismo soteriológico ley/gracia al
manifestar dos caminos de salvación:

Todo pacto, promesa, y disposición para
Israel es terrenal, y ese pueblo seguirá
como terrenal en la tierra cuando esta sea
creada nueva. Todo pacto o promesa para
la iglesia es para una realidad celestial, y
ella continúa con ciudadanía celestial
cuando los cielos sean creados de
nuevo.[11]

Una de las característica de la iglesia es
que es una entidad, cuya naturaleza es
marcadamente espiritual. Sus enfoques,
por eso, apuntan a asuntos de índole
individual, privado, espiritual. Nada de lo
social, político ni terrenal concierne a ella.
Ella es un paréntesis dentro de la historia
de la redención de Dios. No estaba
contemplada en ningún sentido antes de la
revelación dada en el N. T. En otras
palabras, era un misterio.[12]

Todas estas variantes son significativas
para la evolución misma del
dispensacionalismo, como ejemplo de ello
es lo escrito por el dispensacionalista
clásico J. Beckwith: "Jesús será el rey y su
iglesia participará con él (sic) en el reino
milenial con lo judíos"[13] Esta declaración
nos lleva a ver a Israel y la Iglesia en el
dispensacionalismo revisado.

Relación entre Israel y la Iglesia en el
dispensacionalismo revisado

El dispensacionalismo revisado al
interpretar la relación entre Israel y la
Iglesia, sigue distinguiendo a un grupo del
otro. En esta fase Ryrie define que tal
distinción es parte esencial del sine qua non
del dispensacionalismo.[14] Sin embargo,
se hacen ciertas modificaciones al
pensamiento del dispensacionalismo
clásico al respecto.

Según Ryrie no habrá una distinción eterna
entre una humanidad en el cielo nuevo y
otra en la tierra nueva. Ambos irán al cielo
al final de las edades. Específicamente,
Israel irá al cielo al final del milenio. De
modo que, las promesas que este pueblo
espera no son eternas en el sentido terrenal,
pues se convertirán en celestiales después
del reino milenial.[15] Esto deshace el
dualismo antropológico de Darby.[16]
Incluso, Ryrie disuelve el dualismo
soteriológico de Chafer al decir:

.los redimidos en el cuerpo de Cristo, la
iglesia de esta dispensación, son la
continuación de la línea de redimidos que
viene de otras edades, pero forman un
grupo distinto en la Sión celestial (Heb.
12:22-24).[17]

En lo tocante a la naturaleza de la iglesia, la
postura nada varía respecto a lo dicho con
anterioridad. Es decir, la iglesia sigue
viéndose como una entidad exclusivamente
espiritual. La salvación y la santificación
son efectuadas en su aspecto
individual.[18]

Ryrie dice que la iglesia tiene un tiempo
distintivo de lo cual existen tres pruebas: 1)
El carácter misterioso de la iglesia. 2) Pablo
habla sobre el principio del
contemplamiento de la iglesia. 3) La obra
bautismal del Espíritu Santo prueba que la
iglesia no comenzó hasta pentecostés.[19]
(Por lo cual no puede ser Israel).

Al hablar sobre la relación entre Israel y la
Iglesia desde la perspectiva del nuevo
pacto nuevo, Ryrie abandona la teoría de la
existencia de dos nuevos pactos. Hoy dice
que el nuevo pacto, a semejanza del pacto
abrahámico, tiene un cumplimiento literal
para Israel y uno espiritual para la
iglesia.[20]

El punto distintivo es que la iglesia es
diferente que Israel. los dispensacionalista
siempre han enseñado que la iglesia no
estuvo en el Antiguo Testamento por lo
cual no puede haber alguna relación. Al
Hablar de las distinciones entre Israel y la
iglesia podremos mencionar las palabras
textuales de Ryrie en su libro apologético
de las bases de la fe premilenial:

".La iglesia no recibe jamás el nombre de
Israel en la Biblia. Los términos "Israel",
"Israelitas" aparecen setenta y ocho veces
en el Nuevo Testamento de las cuales
treinta y ocho en los evangelios y nadie
discutirá que su empleo en estos libros
tenga un sentido literal y nacional.. Las
expresiones como "Hijos de Israel",
"Pueblo de Israel", "Hombres de Israel" y
"Casa de Israel" son utilizados para
dirigirse directamente a Judíos
literalmente." [21]

De esta manera podemos ver tres
diferencias claves entre Israel y la Iglesia,
1) En el Nuevo Testamento se contrasta el
Israel natural y los gentiles después que la
iglesia fue claramente establecida. 2) El
Israel natural y la iglesia se distinguen
claramente, lo que demuestra que la iglesia
no es Israel ( Ver I Corintios 10:32). 3)
Gálatas 6:16 no habla de una igualdad entre
Israel y la iglesia.[22]

Para demostrar que la iglesia no es Israel
Ryrie hace cuatro diferencias:

La primera es un contraste entre el Israel
natural y los gentiles, debido a que en el
Nuevo Testamento se ve el hecho de que
Israel es tratado como nación después del
establecimiento de la iglesia (mis hermanos,
los que son mis parientes según la carne).
La segunda diferencia es un contraste entre
Israel natural y la iglesia, se ve en los
contrastes que se hacen entre los Judíos y
la iglesia (Ver I Cor. 10:32). En tercer lugar
hay un contraste entre los cristianos Judíos
y los Cristianos de la gentilidad, entre los
pasajes mas comunes esta Romanos 9:6 y
Gálatas 6:15-16. Por último el contraste
entre los Judíos cristianos y los judíos no
cristianos. [23]

Vemos que la distinciones del
dispensacionalismo revisado en cuanto
Israel y la iglesia es un avance en el sistema
dispensacional.

Relación entre Israel y la Iglesia en el
Dispensacionalismo Progresivo

La distinción entre Israel y la Iglesia se
mantiene aun en el dispensacionalismo
progresivo. Sin embargo, en esta cuarta
fase dispensacional se observan varias
cambios significativos como también
algunos elementos nuevos de
continuidad.[24].

La relación entre Israel y la Iglesia es una
relación progresiva. Se distinguen ambos
pueblos como dos agrupaciones humanas
dipensacionales con el mismo destino.[25]
Esta relación se hace clara a la luz de tres
factores importantes: La ciudad de Dios y
la nueva tierra; el Nuevo Pacto y el
reconocimiento actual del reino[26]

La relación entre Israel y la Iglesia
desde la perspectiva de la ciudad de
Dios y la nueva tierra

La mayoría de dispensacionalistas están de
acuerdo en que tanto Israel como la iglesia
y los gentiles redimidos participarán de un
destino eterno en la ciudad de Dios. En
esta concepción se niega que la Iglesia sea
un pueblo eternamente distinto de Israel. A
la luz de ese destino no se puede decir
tampoco que la iglesia sola sea el cuerpo
de Cristo.[27] Hay una unidad
antropológica en el inicio del programa de
Dios como en su culminación. Aunque,
queda pendiente trabajar bíblicamente
como será esa relación entre Israel y la
Iglesia en el milenio y en la eternidad.

La relación entre Israel y la Iglesia
desde la perspectiva del Nuevo Pacto

El Nuevo Pacto no es uno exclusivo para la
nación de Israel. El doctor Núñez dice que:
"El Nuevo Pacto es incondicional, literal,
nacional y universal" (énfasis mío).[28]
Para entenderlo, Bruce Ware sugiere que al
acercarnos a la interpretación del nuevo
pacto debemos evitar dos errores:

1) el ver que el Nuevo Testamento diga que
algún Nuevo Pacto como del que habla
Jeremías 31 como aplicado a la Iglesia; y
2) el ver que Dios traerá un día final el
cumplimiento de su promesa de la
restauración nacional de Israel como parte
del Nuevo Pacto, como promesa no
aplicable a la iglesia[29]

¿Cómo se resuelve el problema de la
interpretación del Nuevo Pacto sin agregar
"nuevos pactos"? Se resuelve si se permite
ver el cumplimiento del Nuevo Pacto
escatológico al iniciar en un cumplimiento
preliminar y parcial ("ya") como también en
un cumplimiento posterior y completo
("todavía no")[30] Hablando de su
cumplimiento Núñez dice que:

.el nuevo pacto es fuente de bendición para
todos los pueblos del mundo. Se enseña en
el Nuevo Testamento que durante el tiempo
entre las dos venidas de Cristo a la tierra, o
sea en el reino mesiánico presente, los
creyentes en Cristo, ya sean judíos o
gentiles reciben grandes bendiciones del
nuevo pacto, el cual fue sellado con la
sangre de Cristo (el Mesías), en el calvario.
Queda fuera de controversia que el nuevo
pacto mencionado en Hebreos 8:1-7,
Mateo 26:26-29; 1 Corintios 11:23-26; y 2
Corintios 3:1-17, es el mismo de Jeremías
31:31-34.[31]

Queda claro que el Nuevo Pacto es uno;
que su cumplimiento inicial es en la muerte
sacrificial de Cristo y sus bendiciones
incluyen a la iglesia.

La relación entre Israel y la Iglesia
desde la perspectiva del reino
mesiánico

En un principio se creyó que el reino de los
cielos y el reino de Dios eran totalmente
diferentes. En la actualidad los
dispensacionalistas progresivos han llegado
a la conclusión de que el reino de Dios y el
reino de los cielos es lo mismo. Oscar
Campos hace la siguiente observación:

El tema central del reino de Dios integra la
teología del Antiguo y Nuevo Testamento.
Se afirma que Cristo, el rey es el agente,
director, y cumplimiento del cambio
dispensacional. También afirma que en
Jesucristo de cumplen las promesas del
Antiguo Testamento. El inaugura la
presente dispensación del "espíritu
escatológico" a través de su expiación,
resurrección y entronamiento. Jesús
regresará para completar "La restauración
de todas las cosas.[32]

Se puede decir que cuando el Rey vino, el
reino se inauguró con él. En este reino hay
acontecimientos que se realizarán en el
futuro, es por ellos que se le conoce como
"el ya y el todavía no". En las notas de la
clase de escatología, David Suazo, nos
dice lo siguiente: "Es un hecho que el reino
ha venido en la persona y los actos del
Mesías. Evidentemente el reino
geo-político no se ha establecido. Pero la
autoridad, el poder de Dios ha
interrumpido la historia desafiando al poder
de las tinieblas".[33]

Puesto que el reino es presente ("ya"), la
iglesia participa en él, pero no es el reino.
El reino de Dios actualmente está
manifestándose en la actividad salvífica,
por la obra redentora de Cristo. Es cierto
que Jesús no está reinando plenamente,
como lo hará en el reino futuro, pero
tampoco está pasivo. El está reinando
ahora y su reino fue inaugurado con su
venida. El poder de Cristo sobre el
pecado, la salvación, son beneficios del
reino presente.

El argumento de posponer el reino hacia el
futuro queda invalidado, pues una
comunidad israelita significativa no rechazó
el reino en Hechos 2. De esa manera Israel
participa en el reino mesiánica al entrar la
comunidad de la iglesia naciente. [34]

En la relación entre Israel y la iglesia se
puede ver una continuidad, pues las
promesas mesiánicas se cumplen en Jesús,
que hace de los dos pueblos uno en su
cuerpo, aunque todavía existe un Israel
nacional, al otro lado del mar.

Conclusión

La relación entre Israel y la iglesia ha sido
fundamental en el desarrollo del sistema
dispensacional. En el dispensacionalismo
pre-clásico se decía que Israel era pueblo
terrenal y la iglesia pueblo celestial con
destinos distintos. En el
dispensacionalismo clásico ese dualismo
antropológico se amplía a uno
soteriológico como si hubieran dos
maneras distintas de salvación, ley/gracia.
En Ryrie se disuelven ambos dualismos al
decir que Israel y la Iglesia se unen en el
milenio y que en cada dispensación se
salvaban por gracia. En el
dispensacionalismo progresivo se
considera una relación progresiva entre
Israel y la iglesia en donde hay continuidad
y discontinuidad, pues Dios está
desarrollando un sólo programa salvífico.
Tanto Israel como los gentiles participan
del reino de Dios en la comunidad de la
iglesia. El dispensacionalismo tradicional
traslada el reino hacia el futuro e introduce
un paréntesis (plan B), para dar lugar a la
iglesia. En Ryrie el reino tiene una
dimensión presente pero sólo espiritual.
Los progresivos afirman que el reino
mesiánico ha sido inaugurado en Jesús en
su venida. Bock dice que Iglesia en la
presente dispensación es una unión en
Cristo por medio del Espíritu Santo, una
nueva unidad de pluralidad racial. Esa
pluralidad no anula las promesas a Israel.
La iglesia no ha reemplazado a Israel, y sus
promesas se cumplirán en el futuro.[35]

Referencias

[1] Charles Ryrie, Dispensacionalismo
Hoy. Editorial Portavoz (1992), págs.
43-45.
[2]Harvie Conn. Teología Contemporánea
en el Mundo. Trad. Por José María Blanch,
Libros Desafío, (1975), p{ag. 116.
[3] Ryrie, Dispensacionalismo Hoy. págs.
68-71
[4]Compare el esquema que ofrece Ryrie
en Ibid. pág. 80
[5] Craig Blaising, "Algunos cambios
operados en la doctrina del
dispensacionalismo" (segunda parte),
Kairos, julio - diciembre, 1989, p{ag. 14.
[6]C. Blaisin, "Algunos cambio operados
en la doctrina del dispensacionalismo",
pág. 14
[7]Ibid,
[8] Craig Blaising y Darrell Bock,
Progressive Dispensationalism, A Bridge
Point Book (1993). Trad. libre, págs.
23-24.
[9] William Kelly, Lectures on the Second
Coming (S.E., s.f.) pág. 70. Citado por C.
Blaisin. "Algunos cambios.", pág. 15.
[10] Blaising y Bock. Dispensationalism,
Israel and the Church: The search for
definition, Academic and Profesional
Books, Zondervan Publishin House (1992)
Tad. libre, pág. 22
[11] Chafer, Teology Systemática, citado
por Blaising, "Algunos cambios
operados."
[12] Blaising y Bock, Progressive
Dispensationalism, , págs. 26-27.
[13] Jorge Beckwith. El Plan Profético de
Dios. Ed. Las Américas, (1975), pág. 64.
[14] Ryrie, Dispensacionalismo Hoy, pág.
45
[15]Blaising y Bock, Progressive, págs.
31-32.
[16] Blaisin, "Algunos cambio.", pág. 16
[17] Donald Cambell, The Church in
God´s Prophetic Program, págs. 149-150
[18] Blaising y Bock, Progressive, pág. 33.
[19] Charles C. Ryrie, Dispensacionalismo
Hoy (1992), pág. 35-37.
[20] Blaising y Bock, Progressive, pág. 38.
[21] Charles C. Ryrie Las Bases de la Fe
Premilenial.(1984), pág. 85.
[22] Charles C. Ryrie Teología Básica.
(1993). pág. 457.
[23] Charles C. Ryrie Las Bases de la Fe
Premilenial.(1984), pág.89-96.
[24] Oscar Campos, "El
Dispensacionalismo progresivo" VOX
SCRIPTURAE 7:2 (Diciembre de 1997),
pág. 111
[25] Blaising y Bock. Dispensationalism,
Israel and the Church. Págs. 44, 46.
[26] Blaising, "Algunos cambios.", pág. 16
[27] Ibid, pág. 17.
[28] Emilio A. Núñez. Hacia una
Misionología Evangélica Latinoamericana,
Unilit (1997), pág. 213.
[29] Bruce A. Ware "The New Covenant
and the people (s) of God", Blaisin y
Bock. Dispensationalism, Israel and the
Church. Pág. 94.
[30] Ibid.
[31] Núñez, Hacia una Misionología
Evangélica Latinoamericana, pág. 213-214
[32] Oscar Campos. "El
Dispensacionalismo progresivo.", pág 10.
[33] David Suazo Escatología, Notas de la
clase, SETECA (S.E. 1993) Pag 9.
[34] Darrell Bock, "Actividad Mesiánica
Actual y Promesa Davídica
Antiguotestamentaria", Kairos 17,
julio-diciembre (1997), págs 28-29.
[35] Blaising y Bock. Dispensationalism,
Israel and the Church. Pág. 384.



Roca Eterna - Comunidad Virtual Cristiana
Evangélica
http://www.rocaeterna.com

El Ministerio de los hermanos Plymouth



Los Amilenaristas se especializan en levantar falsas mentiras y difamaciones en contra de los hermanos dispensacionalislas. Ellos dicen que el dispenacionalismo es reciente y que sus fundadores y seguidores son unos falsos maestros tales como los hermanos Plymouth,Nelson Darby, Scotfield, TimLa Haye, y otros.

Es bueno aclarar al lector que todos los premilenaristas, o sea creemos que hay una racto antes de la gran tribulacion y que despues de este periodo de 7 años, Cristo reina por mil años sobre la tierra. Esta base biblica ,és una de las que tiene mas fuerza y peso doctrinal que la de los amilenaristas que solo creen en un milenio espiritual y no literal. la interpretacion literal de los dispensacionalistas tiene su peso dado a que todas la profecias en cuanto a la primera venida de Cristo, se cumplieron en forma literal y tambien lo sera en su segunda venida..

Veamos y conozcamos los escritos de estos hermanos atacados por los Amilenaristas, que fueron de gran bendicion para mucho pueblo evangalico protestante a traves de los años de la historia de la iglesia

PROPÓSITO Y PLAN DEL SITIO


El presente sitio tiene por objeto la edificación espiritual de todo el pueblo de Dios de habla hispana, de aquellos que buscan solamente en las Escrituras la verdad de Dios para todos los aspectos de la vida del creyente, tanto en su relación personal con Dios como en sus responsabilidades colectivas como miembros del cuerpo de Cristo, que es uno solo, inseparable e indivisible, pese a la ruina actual del testimonio colectivo de la Iglesia, la cual ha fracasado en manifestar esta unidad sobre la tierra en forma visible y práctica, tal como la vemos revelada en Efesios 4 y en 1.ª Corintios 12.

El ministerio de «los hermanos» (creyentes conocidos en el mundo anglosajón por «Plymouth Brethren» o «Hermanos de Plymouth», aunque ellos rechazan cualquier apelativo que los diferencie de los demás cristianos), constituye un tesoro riquísimo para crecer en el conocimiento de la Palabra de Dios; pero el hecho de estar prácticamente todo en lengua inglesa, hace que sólo quienes conocen esa lengua puedan beneficiarse de él. Aquí procuraré, con la asistencia de la gracia de Dios, traducir parte de ese valioso ministerio para que los hermanos que no leen inglés puedan acceder a él en lengua española. He procurado emplear, hasta donde mi capacidad lo ha permitido, un español claro y preciso, respetando la gracia y vitalidad de los textos primitivos, tratando de conservar, a la vez, la elegancia que le es propia al español, y de respetar al máximo el carácter normativo de nuestra lengua. He dado prioridad a un lenguaje que sea universal y asequible a todos, y sobre todo de fácil lectura para la mente del lector de hoy, teniendo en cuenta que, además de las barreras idiomáticas y del brusco cambio producido en el estilo de redacción de 150 años a hoy, los temas son por lo general profundos, lo cual hace necesario leer con calma, detenimiento y oración, una empresa que no siempre es fácil en la agitada época que nos toca vivir.

No seguiré un esquema rígido en cuanto a temas, sino que iré agregando a la página que desde ya se aclara que no pretende ser en absoluto exhaustiva—, dentro de mis posibilidades, artículos varios de conocidos maestros de la Biblia que Dios en su gracia ha suscitado dentro de este pequeño y muchas veces desconocido ámbito de comunión cristiana no denominacional y estrictamente Escriturario, conocido simplemente como «los hermanos». Tomaré, pues, en mayor medida, obras y fragmentos del ministerio de John Nelson Darby, William Kelly y C. H. Mackintosh, como así también, ocasionalmente, de otros maestros de la Biblia que han servido a Dios mediante su ministerio, como por ejemplo, G. V. Wigram, J. G. Bellet, F. B. Hole, Hamilton Smith, E. Dennett, F. W. Grant, y varios otros más. También haré uso del ministerio de hermanos contemporáneos de nosotros, los cuales, familiarizados con este ministerio en su lengua original, han escrito libros en los que sintetizan y relacionan en forma clara, concisa y en lenguaje moderno, el pensamiento de «los primeros hermanos» sobre las ricas verdades de las Sagradas Escrituras.

Por último yo mismo también presentaré, cuando lo considere conveniente hacerlo, escritos de mi autoría, a la vez que también agregaré comentarios o notas adicionales a este ministerio. En estos casos, mis aportes los firmaré con la abreviatura Ed. (editor). Cuando la aclaración lo merece, he agregado notas al pie de página, que en estos casos se indican como N. del T. (Nota del traductor), procurando no prodigar este sistema. Dejo aclarado que absolutamente todos los artículos de este sitio son traducciones personales, la mayoría de las cuales se han publicado en forma de libro o tratado mayormente a través de Ediciones Bíblicas (©), o como artículos para la revista CRECED (©), que he venido haciendo desde hace varios años, excepto que se especifique lo contrario. Queda sobrentendido, pues, que la mayor parte del contenido de esta página, está protegido por los derechos internacionales de copyright, y quienes quieran copiar algún artículo o parte de algún escrito, deberán solicitar el permiso correspondiente.

También haré referencia a otros enlaces Web en lo posible que guardan relación con la línea de principios que sostenemos «los hermanos». Cabe aclarar que cuando se realiza algún enlace con otro sitio, ello no necesariamente implica que se esté de acuerdo con el resto del material del sitio que no sea la referencia específica. También referiré material de consulta y herramientas para el estudio de las Escrituras que considero útiles, aunque no esté en páginas de «hermanos». Haré también referencia a páginas en otros idiomas, principalmente en inglés y francés, y presentaré, siempre en forma actualizada, enlaces de páginas que presentan este ministerio, principalmente de las principales librerías que lo publican. De ahí la importancia de revisar siempre este sitio para descubrir las novedades que se vayan agregando.


Uso y abuso de este ministerio

Una aclaración al lector: Ha habido la tendencia en algunos a tomar el ministerio de los hermanos como una fuente de autoridad a la par de las Escrituras, lo cual es un mal uso de estos escritos. Siempre debemos tener en cuenta que el ministerio de la Palabra de Dios es presentado por hombres falibles y que no son inspirados. De ahí la necesidad de cotejar siempre con las Escrituras abiertas lo que leemos, no sólo de «los hermanos», sino todo lo que los hombres —por dotados que fueren— hablan y escriben acerca de Dios; “los profetas hablen… y los demás juzguen”, manda la Palabra. Siempre hemos de leer todo en el noble espíritu bereano (Hechos 17:11) y echar mano del principio bíblico que dice “examinadlo todo; retened lo bueno” (1.ª Tesalonicenses 5:21), a fin de que la Escritura, y no el hombre, sea la autoridad final y la única norma de verdad. Sólo mediante la Biblia, conjuntamente con la acción del Espíritu Santo que opera en la mente renovada de aquellos que han nacido de nuevo, Dios habla con autoridad, no sólo a la inteligencia, sino también a la conciencia y al corazón. Es cierto que Dios ha dado dones a su Iglesia, y que él obra por medio de estos dones. Pero no debemos olvidar que el ministerio de los hermanos es válido y provechoso, siempre que se ciña a la verdad bíblica, única fuente de autoridad. Ellos nos condujeron a las Escrituras, y no dirigieron jamás la atención de sus oyentes o lectores hacia sus propias personas, como algunos tienen la costumbre de hacer. En relación con esto, cito las palabras de A. Gibert:

«Sin desconocer de ninguna manera lo que Dios ha dado por otros medios, decimos que los ‘escritos de los hermanos’ constituyen una inestimable riqueza puesta liberalmente a nuestro alcance. Dichos escritos nos conservan intacto el ministerio de calificados obreros que expusieron, no puntos de vista o doctrinas personales, sino la Palabra de Dios a la cual nos conducen sin cesar para hacernos hallar en ella a Cristo…

Tal ministerio se recomienda precisamente porque no se exalta a sí mismo sino solamente a la Palabra y a Cristo en la Palabra. Esos conductores no dijeron «seguidnos», sino: «esto es lo que dice la Palabra de Dios». Ellos no imponen sus puntos de vista, sino que nos remiten a la autoridad divina» (La sana enseñanza, Messager Évangélique 1947).


Aprovecho para mencionar también otro aspecto de este abuso. Las verdades de la Biblia se aprenden directamente de Dios, en la comunión con Él y con el corazón y la mente puestos en Dios. Es muy fácil leer el ministerio de los hermanos y cargar la mente de un montón de conocimientos. Esto no es aprender de Dios su verdad con la mente y el corazón juntos. Por eso debemos meditar las Escrituras por nuestra propia cuenta delante de Dios, y leer el ministerio de otros como una guía que ayuda a entender más ampliamente verdades de las Escrituras que otros han visto primero o han dedicado más tiempo y energías para desentrañarlas y explicarlas con el don de gracia adecuado para ese fin. Veamos, a modo de ejemplo, una analogía con las Ciencias Físicas: Si un profesor de Física nos enseña en una clase los principios de la Cinemática, podremos aprender la teoría y la práctica de estos principios con su ayuda. Aunque también podríamos aprenderlos solos, con la ayuda de libros que desarrollen el tema. Luego, con nuestras observaciones y experiencia, seríamos capaces de enseñar a otros los mismos principios. Lo que quiero decir, es que tanto un profesor vivo, como un libro, son meras guías que, en este caso, nos revelan hechos, y no son los creadores o inventores de estos hechos. Antes que la Ciencia investigara los fenómenos naturales, y dedujera las leyes que los gobiernan, éstos ya existían: la Ciencia no los creó ni dio su propia opinión de lo que es o de lo que sucede, sino que fue el Creador quien los estableció antes que surgiera la investigación del hombre; y nosotros, mediante el estudio metódico —la observación y la experiencia—, podemos conocer por qué se producen y cómo se producen los fenómenos naturales. Un libro o un autor —instrumentos, no fines— nos ayudan en este conocimiento, pero en definitiva somos nosotros los que debemos aprender estos principios por cuenta propia, de manera personal.

Lo mismo se aplica cuando se trata de verdades que corresponden no al mundo natural y físico, sino al dominio espiritual. La Ciencia es capaz de descubrir las leyes que gobiernan los fenómenos naturales, pero ahí terminan sus atribuciones. Mientras que si queremos conocer y comprender las realidades del mundo espiritual —lo cual está vedado para la Ciencia—, es indispensable, ya no la inteligencia natural solamente, sino también el nuevo nacimiento, la asistencia del Espíritu Santo, y la aplicación del corazón y la conciencia, a fin de que, tras conocer al Cristo de Dios y tenerle como el objeto mayor de nuestras vidas, podamos asir bien las verdades de Dios que Él revelará únicamente a quienes tiemblan a su Palabra (Isaías 66:2) y se acerquen a ella como niños (Lucas 10:21).

El resultado de esta verdadera experiencia cristiana será discernido por hermanos espirituales, puesto que se diferenciarán aquellos que simplemente leen comentarios bíblicos, con ideas sueltas, frías, y a veces un tanto confusas, de aquellos que, aunque quizás también los hayan leído, comprenden la verdad por sí mismos, son enseñados por Dios mismo y muestran una convicción personal que resulta muy evidente. Triste es decirlo, pero muchos se han creído maestros por el mero hecho de haber leído el ministerio de los hermanos, como tantos otros por haber cursado estudios teológicos en escuelas religiosas y haber adquirido algún grado académico, en virtud de sus esfuerzos intelectuales. Cuántos «tocan de oído», asistidos únicamente por el trabajo de otros, pero no por propia instrucción delante de Dios. Es mejor, para hacer una analogía, cinco palabras enseñadas por Dios, que diez mil palabras repetidas de memoria, de manera fría y calculada, pero sin la fuerza de la convicción e instrucción personal y espiritual: una cosa es el conocimiento intelectual, y muy otra es el poder de Dios, y es muy común que se confundan ambas cosas. Termino esta idea citando nuevamente a A. Gibert:

«Es ciertamente deplorable que a menudo, vanagloriándonos de lo que hemos recibido, como si no fuera que lo hubiésemos recibido por gracia, nos deslicemos hacia un espíritu tradicionalista y rutinario, lleno de presunción. A la acción viviente del Libro de Dios se la sustituye con la adopción pasiva de pensamientos y expresiones copiados de otros. Es fácil ser teólogo con los escritos de los cuales hablo y discutir sobre numerosísimos pasajes sin que el corazón y la conciencia sean tocados verdaderamente, e incluso sin comprender siempre bien lo que se ha leído. Se crea así una autoridad humana a la que se llega a colocar, sin pensar en ello, por encima de la Palabra: «Los hermanos han dicho... J.N.D. dijo...» Y esto es exactamente lo contrario de lo que desearon aquellos queridos siervos de Dios que procuraban llevar a las almas a un contacto directo con la Palabra divina, no buscando regentarlas, sino ansiando serles de ayuda» (La sana enseñanza, Messager Évangélique 1947).


¿Qué es el «movimiento de los hermanos»?

Para quienes desconocen quiénes son «los hermanos» (a veces referidos en el mundo hispano por «asambleas de hermanos» y en el inglés como «Plymouth Brethren» o «Hermanos de Plymouth»), diremos unas breves palabras desde un punto de vista histórico.

Cualquier estudioso serio de la historia del cristianismo sabe perfectamente que las verdades esenciales de la Palabra de Dios se perdieron de vista no bien desaparecieron los apóstoles de la faz de la tierra, y que, muchos siglos después, tuvieron que ser redescubiertas y restauradas. Es un hecho consabido que durante el tiempo de la Reforma, las verdades básicas acerca de la salvación del hombre tuvieron que ser redescubiertas a partir de las Escrituras. Tuvieron que transcurrir 1500 años para que verdades fundamentales, perdidas de vista, tales como la justificación por la fe sola, la suprema y suficiente autoridad de las Escrituras y el sacerdocio de todos los creyentes, por ejemplo, fuesen redescubiertas.

Los reformadores, por la acción soberana del Espíritu Santo, sacaron nuevamente a luz estas verdades después de muchos siglos de olvido, pero más tarde, todavía siguieron saliendo a luz otras verdades olvidadas concernientes a la naturaleza celestial de la Iglesia de Dios como el solo Cuerpo de Cristo sobre la tierra y algunos aspectos de los caminos dispensacionales de Dios, que afectaban sus propósitos proféticos. Damos gracias a Dios por las verdades fundamentales redescubiertas por los reformadores, pero también hoy podemos ver que en muchos otros aspectos ellos no pudieron librarse de los grillos de la tradición religiosa que arrastraron de Roma, errores que prevalecieron por siglos en la iglesia cristiana. Un ejemplo de ellos es, por ejemplo, la alegorización del futuro reino Milenario de Cristo en la tierra, que empezó en el siglo III con Orígenes, quien introdujo el método alegórico de interpretación, en reemplazo del método literal o normal. Poco después,
Agustín de Hipona (354-430), si bien al principio, como él mismo lo testifica (De Civitate Dei, XX, 7), era un ardiente defensor del futuro reino literal de mil años, más tarde cambió de parecer y sostuvo que no habrá un milenio, sino que la batalla entre Cristo y Sus santos, por un lado, y el mundo malo junto con Satanás, por el otro, se libra hoy en la Iglesia en la tierra, tal como lo describe en su obra De Civitate Dei (La Ciudad de Dios), en la cual también ofrece una explicación alegórica del capítulo 20 de Apocalipsis (The Catholic Encyclopedia: Millennium and Millenarianism). Agustín influyó mucho más que Orígenes al modificar aún más su alegorización; identificó la Iglesia con el Reino de Dios y sostuvo que la época milenaria ya había comenzado en la era cristiana. Postuló su teoría de que «el Milenio había comenzado realmente con el nacimiento de Cristo» (New Catholic Encyclopedia, «Millenarianism», McGraw-Hill, 1967). Al explicar el Milenio alegóricamente y aplicarlo a la Iglesia de Cristo en la tierra, Agustín sostuvo que «el Milenio, del cual habla el Apocalipsis, comenzó con la fundación de la Iglesia, y sólo puede ser aplicado a ella» (De Civitate Dei, XX 5-7), y denunció el «Milenarismo» como «error y fantasía», y enseñó que la Iglesia en esta tierra es el Reino de Dios, y para él la expresión «mil años» de Apocalipsis 20 tiene un valor meramente simbólico: «los mil años simbolizan todos los años de la era cristiana». Agustín describió con detalle esta teoría en su libro De Civitate Dei (La Ciudad de Dios, libro 20, cap. 7).


Luego, la iglesia Católica «adoptó oficialmente la perspectiva de Agustín según la cual las descripciones bíblicas del Milenio eran simples alegorías o metáforas» (Encyclopedia Americana, 1998, «
Millennium»). La fuerte influencia alegorizadora de Agustín —adoptada oficialmente por la teología católica— dio origen al olvido y sepultamiento del futuro Reino Milenario, e impuso que las profecías del Antiguo Testamento no sean tomadas literalmente, sino «alegóricamente», aplicándolas erróneamente a la Iglesia, falsificando así el carácter celestial de la Iglesia y rebajándola al nivel de un pueblo terrenal[1]. Las verdades de los misterios de Dios reveladas al apóstol Pablo, las verdades relativas a la Iglesia como cuerpo único sobre la tierra pero de carácter celestial, las verdades dispensacionales que tienen que ver con los planes de Dios para la presente edad, y muchas otras verdades, no fueron redescubiertas sino recién con el surgimiento del «movimiento de los hermanos», lo que tuvo lugar a principios del siglo XIX. Lamentablemente, durante el período de la Reforma protestante, la posición agustiniana o papal —la que niega la existencia de un futuro Reino milenario— no sufrió ningún cambio esencial ni fue puesta en tela de juicio, sino que fue seguida por los reformadores (entre los cuales podemos citar a Lutero, Melanchthon, Zwinglio, Calvino, y Knox), para los cuales la Iglesia, en algún sentido, era el reino de Dios. Para los reformadores, el período milenario incluía esta dispensación o período del Evangelio (ellos creían que algunas de las descripciones milenarias eran aplicables únicamente a un período futuro en el cielo o en la tierra renovada), y por ello decían que estaba cerca de su fin. Este sistema dejó su huella en la tradición reformada a través de las obras de Calvino, el cual en su «Institución de la religión cristiana» escribió una sección titulada «El error de los quiliastas», en donde «espiritualiza» los mil años de Apocalipsis 20:4, diciendo que «se aplican a las varias conmociones que esperaban a la iglesia mientras aún pasase por sus arduos trabajos en la tierra» (Inst. 3:25.5). Así pues, las ideas amilenaristas de Calvino, aunque no fueron bien desarrolladas, quedaron consolidadas en la tradición reformada, puesto que las nociones de Agustín sobre este tema nunca fueron cuestionadas. La verdad es que en el período de la Reforma, todo el tema profético tuvo un lugar secundario, y jamás se le prestó la debida consideración, quedándose los «protestantes» con la herencia de Roma en este campo. En efecto, la enseñanza amilenarista de Agustín continuó siendo la opinión normativa de la cristiandad organizada hasta el siglo XVII. Ocasionalmente, hubo grupos que cuestionaron esa doctrina a lo largo de las edades oscuras, pero eran sólo una pequeña voz en comparación con la poderosa e influyente iglesia Católica.

El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavó
sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Una de las principales causas que le llevaron a romper con la iglesia Católica, fue su entendimiento de la doctrina de la justificación por la fe sola sin las obras («Sola Fide»). Como ya dijimos, Dios restauró esta fundamental doctrina para su Iglesia. Pero si bien los reformadores comprendieron la gracia en el tema de la salvación, en cuanto a la vida cristiana, ellos cayeron en el error gálata de las obras. Ellos sabían que no podían guardar la ley para obtener la salvación, pero la ley se convirtió en la regla de vida para el cristiano[2]. Poco entendieron los reformadores que la santificación también es sólo por gracia (1 Corintios 1:30). Cuando los reformadores abandonaron la iglesia Católica, se llevaron con ellos un bagaje de cosas de las que no se pudieron deshacer. Una de esas cadenas que mantuvieron a la iglesia en esclavitud a la ley fue precisamente el amilenarismo. ¿Cómo una doctrina acerca del fin de los tiempos podía afectar la doctrina de la ley y de la gracia? Agustín y sus contemporáneos enfrentaron un dilema. Hacía muchos años que el Señor había dicho “He aquí vengo pronto”. Al suprimir el retorno literal de Cristo por su Iglesia, Agustín sin duda creyó que con eso ayudaba a Dios, puesto que si no hubiese un retorno literal de Cristo, y un futuro Milenio literal, entonces Cristo podría estar reinando ahora desde el cielo sobre su reino espiritual. Las promesas literales dadas a Israel en el Antiguo Testamento no fueron ningún obstáculo para su nuevo sistema, puesto que bien podrían ser aplicadas a la iglesia «espiritualmente». Sin embargo, al haber aplicado esas promesas a la iglesia, se pagó un precio demasiado elevado: junto con las promesas dadas a Israel estaba también la ley del Antiguo Testamento. Si la iglesia es ahora «el Israel espiritual», entonces se sigue que ella también debe guardar la ley, si bien no para salvación, pero sí al menos como regla de vida para el cristiano.

Si bien es cierto que las edades oscuras terminaron con la luz traída en la Reforma y el redescubrimiento de la verdad de la salvación por gracia, también es cierto que esa luz fue empañada por las trampas del legalismo que mantuvieron a los reformadores en esclavitud. Cuando Martín Lutero salió de la iglesia Católica, arrastró consigo la cadena y la bola de las enseñanzas amilenaristas basadas en la ley. Los luteranos, los reformados, los anglicanos reformados, etc., rechazaron el premilenarismo por ser para ellos meramente «opiniones judías». Ellos siguieron manteniendo el sistema amilenarista que la iglesia de Roma había adoptado desde Agustín.
J. B. Stoney escribió:

«En la Reforma, por la gracia, hubo una gran liberación. Fue recuperado el fundamento del cristianismo: la justificación por la fe. Pero si bien fue recuperado, no se mantuvo el hecho de que el viejo hombre fue crucificado en la cruz, y por eso ellos sólo rechazaron la extorsión del papado, pero consideraban a la carne todavía viva delante de Dios. Rechazar la extorsión estaba bien; pero retener aquello sobre lo cual la extorsión podía hacerse, es decir, el viejo hombre, fue y es aún la debilidad de la Reforma.»

La Reforma trajo de nuevo la verdad de la salvación por gracia, pero se volvió a la ley como regla de vida del cristiano. Esta paradoja de ley y gracia siguió plagando a la iglesia hasta que Dios arrojó luz a principios del siglo XIX mediante la agencia de «los hermanos». J. N. Darby y otros comenzaron a estudiar las Escrituras, no a la luz de la tradición ni de ninguna escuela o sistema teológico predeterminado, sino de manera literal (la manera literal no excluye la interpretación de símbolos) y, mientras abría las Escrituras de esta forma, la distinción entre Israel y la Iglesia parecía brotar de las páginas de las Escrituras ante sus ojos. Él y «los hermanos» de entonces pudieron discernir y recuperar la verdad dispensacional paulina por tantos años olvidada. Quedó restablecida así, además de las enseñanzas de la gracia para la vida cristiana, la verdad del retorno premilenario e inminente de Cristo por su iglesia. Durante el período transcurrido entre Lutero y Darby, surgió la denominada «teología del pacto», la que, además de negar las verdades dispensacionales redescubiertas en «el Despertar», reflejó las doctrinas amilenaristas basadas en la ley. Pero ¿cuándo se apartó la iglesia de la verdad original dada a los apóstoles (2 Pedro 3:2)?

Tras la partida de los apóstoles, como mencionamos, y la terminación del número de libros inspirados (comúnmente llamado «canon»), los cristianos deberían de haber prestado oídos a la admonición apostólica de echar mano de la Palabra de Dios, adonde al apóstol Pablo los había encomendado (Hechos 20:32); pero el pronto abandono de la Palabra escrita y el consecuente reemplazo de su sola autoridad por otras «autoridades» no escriturarias, sobre todo eclesiásticas, pronto empañó la visión de importantes verdades fundamentales de «la fe que ha sido una vez dada a los santos», e hizo retroceder el verdadero cristianismo —tanto en lo que se refiere a las verdades individuales del cristiano, a los privilegios de que goza plenamente en Cristo, como a las verdades colectivas acerca de la verdad del solo Cuerpo de Cristo y su vocación celestial, y no terrenal como era el caso del pueblo de Israel— hasta las viejas sombras del judaísmo, hecho que, comenzando con los «Padres de la iglesia», se fue agravando con el correr de los siglos, mayormente debido al secuestro y al monopolio que los clérigos de Roma hicieron con la Biblia: el pueblo cristiano fue desde temprano privado de las Escrituras, las que yacieron por siglos en una lengua muerta (en latín), y no tuvo más acceso a ellas por cuenta propia, sino únicamente «por medio de la interpretación de la Iglesia», esto es, del clero católico.

Allá por el siglo XVI, este lamentable escenario se revirtió: Dios, en su gracia, arrojó luz al pueblo del Señor mediante la agencia de hombres que buscaron la verdad con temor y temblor (Isaías 66:2) directamente de su única fuente: la Palabra escrita de Dios, la cual la imprenta, entonces, contribuyó a su difusión también. Así ocurrió con la Reforma, que fue, indudablemente, un auténtico movimiento de despertar del Espíritu Santo.

Principios de trascendental importancia para alcanzar la verdad, fueron puestos de nuevo en evidencia, tales como: «Sola Scriptura» (La Escritura solamente), lo cual excluía «otras fuentes» de pretendida autoridad que restaban la gloria debida sólo a Dios («soli Deo gloria»), y prestaban oído a la incesante intromisión del hombre que se había erigido por tantos siglos en autoridad a la par o incluso por encima de la Palabra escrita.

En la Reforma resonó con fuerza nuevamente la fundamental verdad de «la justificación por la fe sola», que había sido olvidada desde la época apostólica, y que fue desarrollada por el apóstol Pablo en la magistral Epístola a los Romanos, la que excluía las obras humanas para la aceptación del pecador delante de Dios, lo cual sólo puede tener lugar propiamente en Cristo, y no en el hombre. El redescubrimiento de esta verdad —olvidada desde la muerte del apóstol Pablo, y que no la vamos a encontrar en los «Padres de la Iglesia»— evidentemente, produjo un cisma inevitable y definitivo con la Iglesia Católica. Roma, en el Concilio de Trento, condenó a la Reforma, y reafirmó la necesidad de las obras, aparte de la fe, para justicia delante de Dios: la religión tradicional siguió siendo la misma, y permaneció impasible e inquebrantable ante la luz que Dios arrojaba mediante su Palabra, después de 1500 años de tinieblas, la cual se abría nuevamente desde entonces ante el mundo a través de instrumentos divinamente dotados durante ese período de la Reforma.

Pero al poco tiempo del inicio de la Reforma, las divisiones siguieron y ella dejó a la Iglesia con más divisiones que las verdades que logró recuperar, y surgieron así las «iglesias Protestantes», las que en principio, por la gracia de Dios, tuvieron el conocimiento de la verdad de Dios sobre el estado perdido del hombre ante Él, y la manera que Dios estableció para que éste se acerque a Él por la fe sola, a fin de ser justificado “sin las obras de la ley”, tal como lo expresa la Epístola a los Romanos (3:28).

Hasta aquí, podemos alabar esta gran obra que despertó a millares de hombres enceguecidos y atrapados dentro de un sistema religioso muerto, apartado de la verdad bíblica y basado en el viejo sistema terrenal mosaico para justicia delante de Dios, sin poder gozar de una conciencia limpia de pecados para siempre, y dependiendo constantemente del «sacrificio de la misa» para perdón de pecados. Lamentablemente, lo que comenzó siendo un auténtico movimiento de retorno a las Escrituras para gloria de Dios, como todo lo que se encomienda a la mano del hombre, éste lo deja caer y pronto se convirtió en otro frío sistema religioso que no supo seguir aplicando de forma consistente el principio de «sola Scriptura» para llegar a toda la verdad de Dios, y se llevó consigo, hasta hoy, un sinnúmero de tradiciones religiosas opuestas a la verdad revelada en la Palabra, lo que, junto con su falta de visión de su constitución corporativa en la tierra, le impidió seguir abriendo las Escrituras para que ellas solas rijan al pueblo de Dios en su marcha principalmente colectiva. El Protestantismo, cuando se redescubre la verdad paulina de la unidad práctica del Cuerpo y la verdad dispensacional en el siglo XIX, termina en una fría institucionalización. Lutero, por ejemplo, quien había redescubierto la verdad de la justificación por la fe sola, erró en su afiliación con el gobierno alemán —lo que terminó en la formación de la iglesia del Estado de Alemania, lo que hoy viene a ser la iglesia Luterana— pues tampoco pudo escapar de la poderosa influencia de Roma en lo que toca al poder y modelo institucional de la Iglesia terrenal. Puesto que el recobro de la verdad fue gradual y progresivo, llevando tres o cuatro siglos, los primeros reformadores no tuvieron la luz para ver que las iglesias del Estado originadas por la Reforma, no eran escriturarias. Y más tarde, cuando se institucionalizaron muchas iglesias del Estado, más que volver a las Escrituras para aprender las verdades concernientes a la Iglesia de Dios en su carácter celestial, unida a su Cabeza glorificada en el cielo, impusieron a los demás el orden institucional, y comenzaron las persecuciones de quienes no se conformaban a ellos, dando lugar así a que surgieran un gran número de denominaciones independientes (presbiterianos, metodistas, etc.) que se oponían a la institucionalización de la iglesia. En lo que toca a doctrina, por ejemplo, el luteranismo, asimismo, si bien rechazaba la «transubstanciación» en la Cena del Señor, adoptó la noción de una «consubstanciación», es decir, alegaba que si bien el pan y el vino no se transformaban en el cuerpo y la sangre de Cristo, sí había supuestamente una presencia real de Cristo junto con el pan y el vino, no pudiendo librarse este sistema del misticismo religioso que tanto caracteriza a Roma. El calvinismo también cayó en las redes de la lógica extrema, y derivó en un sistema de teología de una doble predestinación que hace de Dios el origen de los réprobos para la eternidad, y no sus propios pecados, anulando prácticamente toda responsabilidad del hombre para creer a Dios, responsabilidad que es inequívocamente enseñada en toda la Biblia desde que el primer hombre desobedeció en Edén comiendo del árbol de la responsabilidad, hasta el fin del pecador por sus malas obras en el juicio ante el Gran Trono Blanco.

¿Qué pues queda si el Protestantismo fracasa, como sistema, en alcanzar “todo el consejo de Dios” revelado en la Palabra? Si bien el Protestantismo terminó siendo una colectividad religiosa institucionalizada, envuelta de tradiciones y sin vida, que no supo tomar las Escrituras como su sola fuente de autoridad por encima de la tradición y de la autoridad humana, para poder descubrir y seguir la verdad de la Iglesia y su vocación celestial, ello no significa que el espíritu inicial de la Reforma para volver a los cristianos a la sola autoridad de las Escrituras tras sacarlos de los sistemas humanos, e independizarlos del dominio de la tradición y autoridad religiosa, se haya frustrado: el Espíritu Santo siguió obrando en esa dirección de recobro y restauración de la verdad olvidada, y la prueba está, para quienes quieran escudriñar sobre ello, en que surge allá por la primera parte del siglo XIX, un movimiento fraternal, estrictamente escriturario, no denominacional, conocido como «el movimiento de los hermanos», que siguió aplicando el mismo principio de «sola Scriptura», hasta llegar finalmente a seguir redescubriendo en las Escrituras, preciosas verdades de Dios, reveladas a su apóstol Pablo también, que en el período de la Reforma aún permanecieron ocultas. En la Reforma, como dijimos, lo primero que salió a luz fue la verdad cardinal paulina de la justificación por la fe sola, lo cual afectaba esencialmente al individuo delante de Dios. Pero nada se había redescubierto, por ejemplo, sobre verdades colectivas de los cristianos ya justificados por la fe sola: la verdad de la Asamblea de Dios, su carácter celestial y su unidad visible y práctica sobre la tierra como un solo cuerpo de Cristo (como se evidencia en 1.ª Corintios 12 y Efesios 4, por ejemplo), fue una verdad desconocida durante la Reforma. La verdad del inminente retorno de Cristo por los suyos antes de la Gran Tribulación, la verdad del Reino Milenario del Mesías que cumple las profecías respecto de Israel dadas en el Antiguo Testamento. La verdad dispensacional: la distinción entre Israel y la Iglesia. Los privilegios del creyente en Cristo: su posición actual perfecta en Cristo, sus bendiciones y privilegios colectivos sobre la tierra como miembros, no de una denominación, no de una organización humana, no de un sistema de clérigos y laicos, sino de un Cristo vivo y glorificado en los cielos. La verdad de la existencia de una profesión cristiana sin vida, y, en contraste con esta cristiandad nominal, del conjunto vivo de los hijos de Dios, nacidos de nuevo por la acción regeneradora del Espíritu Santo recibido por la fe en Cristo. La diferencia entre el Reino y la Iglesia, y la consecuente responsabilidad de los cristianos de caminar en medio de las ruinas de la Cristiandad profesante, dando testimonio y practicando la verdad de que hay un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, una sola Iglesia, una sola Casa de Dios, una sola disciplina eclesiástica, una sola comunión práctica, real (Efesios 4; Hechos 2:42), y que es nuestra responsabilidad creer, guardar, amar y seguir junto con todos aquellos que la han comprendido, y que han comprendido también la necesidad de apartarse de todo aquello que atenta contra esta verdad de la unidad práctica y visible del Cuerpo de Cristo en la tierra, y la niega en la práctica.

Surge así el recobro de la verdad paulina, primero en la Reforma cuando sale a luz la justificación por la fe sola, y tres siglos más tarde la verdad del un solo Cuerpo de Cristo en la tierra. Y por supuesto que, junto con este recobro de lo que faltaba, surge también la oposición feroz a estas verdades, pues siempre que en la historia del cristianismo se ha presentado, abriendo las Escrituras, la verdad de Dios, de inmediato ha surgido, y ha persistido, la oposición a ella.

Debido a la comprensión de estas verdades, «los hermanos» nunca han formado una denominación o sistema eclesiástico, lo que agregaría así un partido más, otra división, dentro del cuerpo de Cristo, a los innumerables ya existentes, y se reúnen en el Nombre del Señor, simplemente como miembros del Cuerpo de Cristo.


La esperanza del regreso del Señor y el llamamiento celestial de la Iglesia salen nuevamente a luz

Una de las características sobresalientes del movimiento de «los hermanos» fue el despertar producido en relación con la esperanza del inminente retorno del Señor, y, junto con ello, la verdad del llamamiento celestial de la Iglesia. Dios en su gracia, casi dos siglos atrás, revivió esta preciosa verdad olvidada por dieciocho siglos, a fin de que, en estos últimos días, comprendamos Sus caminos con la Iglesia, con Israel, con las naciones, así como el reino Milenario que será establecido en la tierra cuando Cristo reine hasta los confines de la tierra, hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Todos los propósitos de Dios respecto al Hijo del Hombre se habrán de cumplir en todos sus detalles.

En efecto, cuando el Señor Jesús ascendió al cielo, los visitantes celestiales dijeron que el mismo Jesús vendría otra vez (Hechos 1:10). El mismo Señor dijo a sus discípulos antes de partir: “Vendré otra vez” (Juan 14:3); y los primeros cristianos esperaban ardientemente Su retorno. Entonces, la “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13), estaba íntimamente unida al conocimiento de la salvación: “Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1.ª Tesalonicenses 1:9-10).

La parábola de las diez vírgenes (Mateo 25) explicó que pronto la profesión cristiana, o cristiandad, se dormiría y dejaría de anticipar Su retorno. Todas las vírgenes ―prudentes y sensatas― “cabecearon y se durmieron”, y dejaron de velar por el regreso del Esposo. En seguida los cristianos, en este estado de somnolencia, se establecieron en el mundo, y, por consecuencia, la esperanza que una vez abrazaron y que hacía arder sus corazones se extinguió y quedó así en el olvido. Uno puede, si quiere, buscar en vano a lo largo de la historia de la Iglesia aunque sea una tenue luz de esta esperanza a través de la larga y oscura noche. El cristianismo llegó a ser un sistema que se estableció en el mundo, gobernado por los principios del mundo y con aspiraciones terrenales, y las palabras del Señor que caracterizaban el carácter celestial de los suyos “no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14), pronto se perdieron totalmente de vista.

Pero el Señor, fiel a su palabra, envió el clamor de medianoche para despertar la esperanza de su venida. “Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas” (Mateo 25:6-7). Cuando se produjo este clamor, la cristiandad se hallaba sumida en uno de sus más bajos niveles de apartamiento de la verdad de Dios. Aquellos que habían cabeceado y se durmieron, entre los cuales había muchos que eran meros profesantes, comenzaron a arreglar sus lámparas. Esto trajo como consecuencia un gran despertar espiritual que sacudió a la gran profesión cristiana, e hizo volver a muchos de sus descuidados caminos. El resultado fue no sólo una mayor separación respecto del mundo, sino que
«los hermanos» comenzaron a frecuentar más las reuniones de oración y a tener reuniones para la enseñanza de la venida del Señor por los suyos antes del establecimiento del Reino Milenario. La verdad del inminente retorno del Señor por su Iglesia, la que sería arrebatada antes de la Gran Tribulación, comenzó una vez más a ser una esperanza bienaventurada, y la feroz oposición a ella por parte de la cristiandad en general no dejó de hacerse sentir entonces ni ahora. Notorio fue el ataque también contra la verdad dispensacional (más conocida como «dispensacionalismo», que consiste básicamente en la distinción entre Israel y la Iglesia), sobre todo por parte del protestantismo amilenario y la llamada «teología del pacto» que niega la bienaventurada esperanza y el establecimiento del Reino mesiánico (clásicos ejemplos de los ataques contra estas verdades lo constituyen obras tales como Backgrounds to Dispensationalism, por Clarence B. Bass, The Blessed Hope, por George E. Ladd —adherente del denominado «premilenarismo histórico»— y Prophecy and the Church por Oswald T. Allis). Uno de los argumentos más característicos de los oponentes es apelar a la llamada «fe histórica» como prueba en contra de las verdades redescubiertas en el Despertar, arguyendo que, «como no hay registro en la historia de la Iglesia acerca de la esperanza de la venida del Señor para arrebatar a sus redimidos antes de la gran tribulación, principalmente en los Padres de la Iglesia, estas verdades no pueden ser ciertas». Respecto de esta expresión ―«fe histórica»― es interesante mencionar la experiencia del conocido sacerdote católico Charles Chiniquy. Cuando Chiniquy estaba discutiendo algunas cuestiones con su obispo, éste lo remitió a los «santos Padres de la Iglesia» como una fuente donde podía hallar una respuesta a todas sus dudas y dificultades. Tras procurarse una copia usada de los escritos de los Padres mediante un vendedor de libros de Montreal de nombre Fabre, el sacerdote se dedicó con ahínco a la investigación de estas antiguas obras, que abarcaban unos seis siglos, confesando que el resultado de sus abnegados estudios resultó ser un esfuerzo estéril. «Pude ver cómo se esfumaban todos los sueños de mis estudios teológicos y de mis ideas religiosas, como la neblina ante los rayos del sol que asoman en el horizonte» al no avanzar un solo paso en el laberinto de las discusiones y controversias de los Padres ―decía―. Podemos ver así, cuán pronto la verdad de Dios se cubrió de tinieblas y quedó perdida para el gozo y bendición de las almas.

Es inútil acudir a los primitivos Padres de la Iglesia en busca de alimento para el alma o para confirmar la verdad, pues ésta no puede encontrarse, ni debe buscarse, en sus obras ni en la Historia del cristianismo, y lo único que podemos hallar en estos escritos históricos es la prueba escrita y documentada de que todos, casi sin excepción, perdieron de vista las verdades apostólicas ahora redescubiertas, y cayeron en crasos errores de práctica y doctrina. Algunos Padres incluso no fueron sanos en cuanto a la doctrina de la Persona de Cristo, y algunos hasta rechazaron Su deidad, por lo que es vano buscar en los Padres la verdad de lo que sea. Apelar a la «fe histórica» como prueba en contra de la primitiva aceptación de la esperanza bienaventurada de la venida del Señor por su Iglesia, es sin duda una monstruosa noción. La verdad se encuentra únicamente en los inspirados escritos de los apóstoles. Pero no bien los apóstoles abandonaron la faz de la tierra, el desvío general respecto de los principios divinos fue prácticamente universal. Y como estuvo previsto en la Escritura, el apóstol Pablo encomendó a los santos a la Palabra de Su gracia (Hechos 20:32), no a las tradiciones ni a los líderes eclesiásticos, lo mismo que a Timoteo (2.ª Timoteo 3:14-17). El apóstol Juan, en vista de la apostasía, remite a los santos a “lo que era desde el principio” y les exhorta a permanecer en esas cosas. No los remite a la iglesia ni a los Padres. Asimismo Pedro no hace ninguna referencia a sucesores apostólicos, sino que insta a los santos a “tener memoria de las palabras” que habían recibido. Nada encontraremos en la llamada «fe histórica» sobre la justificación por la fe, por ejemplo, y lo mismo podemos decir acerca de la diferencia entre el pueblo terrenal de Dios ―Israel―, y su pueblo celestial ―la Iglesia―, este aspecto de la verdad ―la verdad dispensacional o «dispensacionalismo»― que proporciona un entendimiento del pensamiento revelado de Dios a los suyos, que nos capacita para discernir sus propósitos y caminos a lo largo de las edades, desde la creación del hombre hasta el fin del Milenio, dándonos así una manera de entender la verdad en su conjunto; y también nos capacita para discernir Sus últimos designios tanto para su pueblo terrenal como para su pueblo celestial, y para distinguir entre cosas que difieren y reconocer aquellas que son similares y coincidentes. Sin este entendimiento, la Biblia se torna en un libro de confusión y desorden, cuando en realidad sabemos que ella es un libro de belleza y designio perfectos. Por lo que, el «dispensacionalismo», visto por
«los hermanos» en sus estudios de las Escrituras, no es otra cosa que una dádiva de lo alto para los santos en estos últimos días, y que debemos valorar y guardar ante los ataques de hombres que lo quieren desacreditar y destruir. Pero los escritos de los Padres, repetimos, no son sino una muestra de la mezcla del error con la verdad, y de su apartamiento de la verdad bíblica, los que ni siquiera fueron capaces de mantener la verdad de la justificación por la fe, que es pilar de nuestra fe, y en su lugar comenzaron a enseñar la «regeneración bautismal» como obra de gracia (quienes sepan inglés pueden leer THE SO‑CALLED APOSTOLICAL FATHERS ON THE LORD'S SECOND COMING W. Kelly).

Quienes deseen profundizar sobre estos temas, y conocer más de cómo Dios iluminó a estos creyentes respecto de verdades olvidadas, les recomiendo que lean estas dos obras en español que están en la red: «LOS HERMANOS», según su designación común, su origen, desarrollo y testimonio, UN BREVE BOSQUEJO, de Andrew Miller, y «EL TIEMPO DEL DESPERTAR» L’Eglise, une esquisse de son histoire («En esto pensad», N.º 2 de 2000) de A. Ladrierre. Invito, pues, al lector a leer este ministerio con atención, y a descubrir por sí mismo, a la luz de las Escrituras, las preciosas verdades presentadas, a fin de que, en el noble espíritu bereano, pueda verificar que “estas cosas son así” (Hechos 17:11), y ruego a Dios que Él bendiga la lectura y el estudio de todo lo que aquí se expone, para la honra y gloria de su Nombre.