jueves, 26 de junio de 2008

Premilenaristas, Amilenaristas y sus Ramificaciones

Entendiendo las diferentes Escuelas de interpretacion y refutando el error de los amilenaristas de un milenio solo Espiritual y no Literal.

¿Entonces Qué deberian esperar los judíos conforme a las profecías del futuro gobierno de Cristo sobre la tierra?



La palabra «milenio» se refiere al reino de mil años de Cristo, del que a menudo hablan los profetas. El capítulo 20 del Apocalipsis nos revela su duración: 1000 años. Los premilenaristas creen que Cristo vendrá antes de los 1000 años del reino.

El reino de mil años será precedido por un período de poco más de siete años. Un premilenarista que cree que Cristo vendrá por nosotros al final del período de siete años (el que incluye la Gran Tribulación) se denomina postribulacionista. Un premilenarista que cree que la venida de Cristo es una sola pero en dos aspectos (es decir, que primero tendrá lugar un arrebatamiento pretribulacional, y luego una aparición en gloria después de la Tribulación) por lo general se denomina pretribulacionista y dispensacionalista.


Hay también posmilenaristas. Ellos creen que llegará una edad de oro en la tierra mediante la predicación del Evangelio y la penetración del cristianismo en todo el mundo hasta que este último sea más o menos cristianizado. Ellos sostienen que el Milenio no precisa ser de mil años literales.


Luego están los amilenaristas, los que creen que los mil años representan tan sólo un número simbólico que se refiere al presente período que va desde la cruz hasta que Cristo venga e introduzca el estado eterno.

Estos dos últimos grupos particularmente niegan un reino futuro, peculiar y político, del cual el Israel nacional es el centro y sobre el cual Cristo reinará. Este sistema precisa negar que Juan el Bautista y nuestro Señor anunciaron el Reino, tal como, en alguna medida, entienden este anuncio aquellos que sostienen la verdad dispensacional. Mediante una interpretación «espiritual», transforman alquímicamente las expresas declaraciones proféticas del Antiguo Testamento que anuncian el Reino, en profecías que hacen referencia a la Iglesia. Este proceso impuesto —tanto para los amilenaristas como para los posmilenaristas— da como resultado que el anuncio del Reino hecho por Juan el Bautista y por nuestro Señor debió de ser el anuncio de un reino espiritual, y no de un reino literal. A este reino literal lo llamaremos —como otros lo han hecho— un reino temporal, aunque, como lo veremos en otra sección, Dios mediante, aquellos que componen la nación de Israel serán salvos (Romanos 11:26, etc.), y esto comprenderá mucha bendición espiritual para Israel. De este modo, la nación de Israel, la cual experimentará una adopción nacional bajo el nuevo pacto, (Romanos 9:3-5), también gozará de las bendiciones espirituales del nuevo pacto.

UN JUDÍO DEBÍA ESPERAR UN REINO TEMPORAL

Hablar de la «posposición» del Reino, implica que el Reino temporal fue anunciado por Juan y por nuestro Señor de acuerdo con las profecías del Antiguo Testamento literalmente comprendidas. Este punto de vista del asunto guarda consistencia con lo que hemos visto de Romanos 16:25-26, Colosenses 1 y Efesios 3. Tanto Juan el Bautista como nuestro Señor anunciaron el Reino predicho por los profetas.

Es evidente que los profetas utilizaron los términos Judá, Israel, Jerusalén, etc., pero se alega que toda esta terminología significa la Iglesia. ¿Cómo podemos suponer que un judío lector de los profetas habría de saber eso?

El conocido amilenarista O. T. Allis, en su disputa contra la verdad dispensacional, reconoció lo siguiente:

«Si las profecías del Antiguo Testamento se interpretaran literalmente, no podrían considerarse como ya cumplidas o como capaces de ser cumplidas en esta época actual» [2]

En el artículo anterior observamos que V. S. Poythress, tratando de demostrar que un judío no precisaba tomar los profetas literalmente, juntó citas de pasajes de lenguaje figurado y declaró que los lectores (o sea, los judíos de antaño), «no podían saber exactamente hasta qué punto se trataba de una expresión metafórica de la verdad» [3]

Respecto de Ezequiel 44-46, escribió:

«¿Estaba el oyente del Antiguo Testamento obligado a decir que el pasaje debe ser interpretado de la manera más obvia?» [4]

Naturalmente, pues, que hay una manera obvia de entender Ezequiel 44-46, que es de manera literal, la cual él mismo admite que es «la manera más obvia».

¿Por qué los judíos —vamos a decir, del año 25 a. de C.— habrían de haber entendido los profetas de una manera diferente de la literal? No existe ninguna razón válida para ello. Éste es un interesante hecho en vista de las vehementes denuncias en cuanto a la expectación de un reino temporal hechas por opositores de la verdad dispensacional. El lenguaje es totalmente inmoderado, especialmente al considerar la obvia verdad en la cita dada arriba, sumado al hecho de que un judío no podía hacer otra cosa que entender que los profetas quisieron decir Judá, Israel, Jerusalén, etc. mediante esos términos. Veamos algunas de estas denuncias de los judíos que entendieron estos términos literalmente.

El amilenarista P. Mauro escribió:

«Hay también profecías respecto al “remanente de Israel” que anuncian que en los postreros días volverían al Señor. Ahora bien, no ha de sorprendernos que aquellos maestros judíos totalmente degenerados y carnales de la época de Cristo hayan interpretado esa clase de profecías como si predijesen la restauración de la nación y su grandeza terrenal; pero, en cuanto a los maestros cristianos, es seguramente inexcusable cometer semejante error, ya que, como ha sido demostrado en el segundo capítulo del presente volumen, el Espíritu Santo, por medio del apóstol Pablo, ha dado a conocer que tales profecías y promesas tienen su cumplimiento en el pueblo de Dios del nuevo pacto, en el verdadero “Israel de Dios”.» [5]

Pablo, naturalmente, no enseñó tal cosa. Pero aun suponiendo que lo haya hecho, esos «maestros judíos totalmente degenerados y carnales» no tuvieron los escritos de Pablo cuando el Señor estuvo aquí abajo. No había ninguna razón para que «espiritualicen» las profecías, cuyo lenguaje habla realmente de un reino temporal. Mauro, no obstante, parece reprobar los pensamientos degenerados y carnales de los judíos, por lo que debieron de haber espiritualizado las profecías. ¿Y por qué? Él no lo dice.

Vamos a considerar ahora una acusación aún peor, a saber, que la expectación del reino terrenal condujo a la crucifixión. R. Zorn preguntó:

«¿Acaso debiéramos seguir admitiendo un punto de vista que se originó con los compromisos exegéticos del judaísmo, cuyos esfuerzos no sólo resultaron en el violento torcimiento de la Escritura junto con los erróneos desvíos de nociones carnales y de falsos conceptos materialistas, sino que condujeron trágicamente al rechazo del mismo Salvador en el tiempo de su primera venida?» [6]

Si estas pretensiones fuesen ciertas, entonces se seguiría que Juan el Bautista y nuestro Señor no confirmaron la expectación de un reino temporal, y por eso O. T. Allis aseveró que:

«El Reino anunciado por Juan y por Jesús fue primaria y esencialmente un reino moral y espiritual.» [7]

Y de nuevo:

«...desde el principio mismo, Jesús no sólo desalentó, sino que se opuso de forma plena y categórica a la expectación de los judíos de que estaría por establecerse un reino de gloria terrenal judío, tal como aquel que David había establecido siglos atrás» [8]

Como se verá en el artículo siguiente, el Señor habló a los discípulos acerca del Reino, incluso durante cuarenta días después de la crucifixión, contrariamente a la aseveración del autor.

Notemos que hay una implícita pretensión de espiritualidad si uno niega un reino venidero y temporal con Israel a la cabeza. La verdad es que la negación es no espiritual y judaizante por dos razones:

1. Transmuta las profecías del Reino en bendiciones «espirituales» para la iglesia, sustituyendo así algo más en lugar de las verdaderas y distintivas bendiciones de la iglesia.

2. Sustituye en lugar de la verdad, su particular noción de un punto de vista unificado de la Escritura. En su resultado práctico, el esquema amilenarista/posmilenarista y la teología del pacto creen que el punto central de la Escritura radica en la salvación de los elegidos en todas las edades y en la idea del pacto. De esta manera, las edades son vistas como el desarrollo de la salvación y del pacto de Dios. Hay verdad por cierto en el pensamiento de que las edades despliegan el desarrollo de la salvación de Dios; pero es una seria distorsión hacer de esto el punto central. Ello da como resultado la sustitución de los beneficios otorgados al hombre, junto con los resultados producidos por el hombre, en lugar del propósito y del poder de Dios.

La verdad es que el propósito de la creación y el tema central de la Escritura es la propia revelación de Dios y Su gloria en Cristo. Esta gloria es manifestada en tres esferas: la celestial, la terrenal y la infernal.

1. Tenemos hoy la gloria de Cristo en la iglesia como un solo cuerpo en los lugares celestiales como el principal (pero no el único) despliegue de gracia.

2. La gloria de Cristo será desplegada en gobierno en la tierra con Israel como centro en el mismo lugar en que él se humilló aun hasta la muerte de la cruz.

3. Todo juicio ha sido encomendado en las manos del Hijo del hombre, y todo lo que sea inconsecuente con la gloria de Dios será arrojado al lago de fuego.

Consideraremos ahora las objeciones citadas, y empezaremos por la alegación de que la expectación de un reino temporal es un «compromiso exegético del judaísmo». Esto significa que los judíos no debían haber entendido a los profetas literalmente. Los judíos en realidad no tenían ningún fundamento para hacer otra cosa que entender a los profetas literalmente. Recordemos una vez más lo que justamente dice el conocido amilenarista O. T. Allis:

«Si las profecías del Antiguo Testamento se interpretaran literalmente, no podrían considerarse como ya cumplidas o como capaces de ser cumplidas en esta época actual»[2]

Es obvio que las profecías están escritas de tal manera que, de hecho, hablan de un reino temporal venidero. Sólo si estas profecías se someten a un proceso de «alquimia espiritual» serán transmutadas en algo que no son. La cuestión es ésta: ¿Qué derecho tenía un judío de no entender a los profetas literalmente? La respuesta es: No tenían ningún derecho, ninguna Escritura, ninguna palabra de Jehová, para no entender a los profetas literalmente. No tenían ningún fundamento para entender que Judá, Jerusalén y la casa de Israel sean términos que no se refieran sino solamente a cosas judías, y no a la iglesia. Nuestros hermanos han castigado duramente la manera literal que tenían los judíos de entender a los profetas sobre este asunto particular, pero no han dado ninguna razón bíblica sólida para dicha censura. ¿Podría alguien imaginar por un momento que hubiese algo en los profetas que diga a los judíos que contemplen el Reino de la manera que los amilenaristas y posmilenaristas lo contemplan? ¿Podrían nuestros hermanos, incluso por un momento, querer hacernos creer seriamente que cuando Dios habló a los judíos acerca de un nuevo pacto con Judá e Israel, ellos debían haber sabido que lo que Él realmente quería decir era la iglesia? Ellos no tenían el más mínimo conocimiento de la iglesia (Romanos 16:25; Efesios 3; Colosenses 1).

La siguiente cita debiera hablar a nuestras conciencias acerca de estas cosas:

«...Entre los oyentes había dos judíos. Una discusión tuvo lugar en el salón, entre ellos y el predicador, sobre el tema de un salmo que contenía una profecía referente a la restauración del pueblo judío. El pastor sostenía que éste no podía ser entendido en el sentido de una restauración nacional. El judío que hablaba le respondió: «¿Cómo pues puede sorprenderse de que neguemos lo que usted llama la encarnación?» «¡¿Qué?! —respondió el clérigo, quien tomando una Biblia leyó—: ¿Acaso no está escrito: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:31-33). El israelita luego pidió al ministro que trajese consigo de nuevo las diferentes partes de este pasaje, lo cual hizo, y, tras haber leído los dos o tres primeros párrafos, los judíos fueron convencidos de que los tales debían ser interpretados literalmente. Pero cuando llegaron a estas palabras: “y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre...”, el pastor dijo: ‘Esto significa que Él reinará en los corazones de su pueblo.’ ‘Si esto fuese así —replicó el judío— si Jerusalén no es el lugar donde David tuvo su trono, donde él reinó, entonces yo niego que María tuvo un hijo. Por mi parte afirmo que lo que se dice sobre este tema no significa nada más excepto que el Mesías había de ser puro desde su nacimiento, y que éste es el verdadero significado de estas palabras: “una virgen concebirá y dará a luz un hijo”. Usted notará que yo simplemente sigo su método de interpretar el final de este pasaje. Yo lo aplico al principio y, por este medio, niego la encarnación.’ ‘Pero —replicó el ministro— nosotros admitimos la interpretación literal de esta parte del pasaje, por cuanto el evento ha demostrado que así debía interpretarse.’ Nunca olvidaré con qué aire de desdén y desprecio dijo entonces el judío: ‘¡Oh, usted cree esto porque ha ocurrido; en lo que respecta a nosotros, creemos lo que está escrito, simplemente por cuanto Dios lo ha dicho!’

Debemos, pues, prestar atención a la manera en que interpretamos las profecías; porque, como lo vemos, si negamos los privilegios prometidos a la nación judía, sacudimos por ello incluso los fundamentos de nuestra fe. Aprovecho aquí la ocasión para observar que existe una gran diferencia entre el lenguaje figurado y un sistema de interpretación espiritual, el cual está aún demasiado en boga. Hay hechos predichos en lenguaje figurado que han sido o que serán cumplidos literalmente... Profecías que describen la futura gloria del pueblo judío bajo el símbolo de un monte, exaltado sobre los collados, y al cual correrán todas las naciones (Isaías 2:2), son citadas en todos los catecismos católicos como pruebas de la infalibilidad de la Iglesia de Roma, cuya autoridad —dicen ellos— ha de extenderse sobre todo el mundo. Ellos dicen, además, que la posición geográfica de Roma, demuestra que estas promesas se aplican realmente a ella. Y de hecho es cierto que, si Jerusalén en los profetas significa la Iglesia cristiana, parecería que estas promesas concernirían a la iglesia de Roma, la cual, sola en la tierra, ha elevado estas pretensiones a la infalibilidad, universalidad y dominio. A la vez que privan a la nación judía de aquellas profecías que le pertenecen a ella, al aplicarlas a la Iglesia cristiana, los controversistas cristianos pueden difícilmente contestar las pretensiones de la iglesia de Roma. Pero Jerusalén nunca significa la iglesia cristiana: simplemente significa Jerusalén. Judá significa Judá. Efraín significa Efraín y no Francia ni Inglaterra. Llamemos a cada cosa por su propio nombre. De esa manera entenderemos mejor la gran, aunque incompleta, obra de nuestro glorioso Dios, obra que, en lo que respecta a los judíos, entre otras, aún no se ha cumplido. Por razones divinas los judíos han sido preservados en medio de las naciones, como un pueblo separado que aguarda al Rey. Este Rey, el postrer Rey de Israel, aún está vivo» [9]

Tampoco es cierto que aunque los judíos hayan entendido a los profetas literalmente, ellos perdieron el derecho al Reino y ahora debamos espiritualizar los profetas. “Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Además, tal noción es contraproducente si uno considera a la iglesia como el continuador de Israel. El sistema requiere encontrar profecías de la iglesia en los profetas (a despecho de Romanos 16:25, etc.), no meramente asignar un significado totalmente nuevo tomando como base eventos que tuvieron lugar.


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